Todos los asuntos a los que se refiere Nieto en la viñeta que ilustra este comentario y muchos más, de orden político o económico, merecen pasar por el aro satírico de los humoristas, pero hay algo extraño que me llama la atención desde hace tiempo y me hace preguntarme por qué los humoristas españoles –Nieto, en ABC, es la excepción– no sacan su afilado e inteligente bisturí y su ingenio para meterse a fondo continua y permanentemente con el problema del aborto, que es de muchísimo mayor y más profundo calado que todos los problemas políticos y económicos habidos y por haber, aparte de ser también, y además, un gravísimo problema político y hasta económico. Si hay algún síntoma verdaderamente evidente de lo enferma que está moralmente una sociedad –y estar enfermo moralmente es mucho más letal y preocupante que estarlo sólo política o económicamente–, ese síntoma es que los votos importen y cuenten más que los principios. Y que, como ha denunciado lucidísimamente Jaime González en ABC, la vigente ingeniería social haya logrado sustituir la moral individual, personal, por una moral ideológica en la que la distinción entre el bien y el mal no viene determinada por la conciencia personal de cada uno, sino que responde al particular código ético del Gobierno de turno.
Es, sin lugar a dudas, lo que triste y lamentablemente le ha ocurrido, le está ocurriendo, al PP y al Gobierno de España, al que los eventuales votos parecen importarle más que las promesas electorales y, lo que es mucho peor, que los principios morales fundamentales e irrenunciables. Me parece de perlas que el Gobierno y los medios de comunicación condenen las bestiales decapitaciones que los terroristas de la yihad están perpetrando, pero es que todos los santos días, en cientos de quirófanos de centros de exterminio inhumano, no sólo se les corta la cabeza en el seno de su madre a seres humanos vivos, inocentes e indefensos, sino las manos, los pies… Se les despedaza vivos, sin piedad, o ¿qué creen que es un aborto provocado? Bueno, pues eso se ignora, se minimiza, se hace como que no se ve, y resolverlo se aplaza sine die. Más aún, el Presidente del Gobierno acaba de anunciar que queda aparcado. Le he escuchado al nuevo Secretario General del PSOE, estos días, quejarse de que el Gobierno aplace –ahora le parecerá mejor que la aparque– la Ley del Aborto porque, según él, «son cuestiones de fondo que afectan a la libertad de las mujeres». Por supuesto que afectan a la libertad de las mujeres, y a más cosas que a la libertad, por ejemplo, a la decencia moral y la dignidad; por supuesto que la mujer que aborta sufre, y el crimen del aborto le pasa factura de por vida, pero, ¿se quiere enterar el señor Sánchez de que a quien se mata en un aborto es al niño que va a nacer? No, no es verdad que una sociedad que perpetra esa barbarie sea progresista, ni siquiera medio civilizada. No es verdad. Está muy bien quejarse de la violencia contra animales como el Toro de la Vega, pero, ¿qué pasa, señor Sánchez, con los animales de la especie humana, criaturas pequeñitas que tienen derecho a nacer, ésos a ustedes no les importan?
Luego, hemos tenido, en estas jornadas cutres, el referéndum escocés, del que el Reino Unido ha salido unido por los pelos y en el que menos de medio millón de votantes han puesto en jaque a Europa entera, y menos mal que ha salido que quieren seguir siendo hijos de la Gran Bretaña. Y ahí tienen ustedes a ese sujeto incalificable apellidado Mas manteniendo en vilo a todos con su irracionalidad, su abierto desafío, su ilegalidad rampante e intolerable –«La consulta es legal si ellos no la hacen ilegal»– y su falta de respeto a los demás, salvo a los socialistas que apoyan su Ley de Consultas. Y el Gobierno, esperando a ver…, como si hasta ahora no hubiera motivos de sobra para ponerlo en su sitio, antes de que el 9 de noviembre saque las urnas de todos modos para unas elecciones anticipadas. Y Rajoy yéndose a China –más lejos imposible–. En esta situación, lo que denota tantas cosas y ninguna buena; y a Pujol, acudiendo a un guardia civil corrupto, y que por tanto no merece tal nombre, lo que evidencia su premeditación delictiva, presuntamente, no faltaba más. La probada y sensata sabiduría jurídica de don Ramón Rodríguez Arribas ha sentenciado, sin apelación posible, que, «en una verdadera democracia, todo, absolutamente todo, incluso votar, hay que hacerlo dentro de la Ley, porque en la ilegalidad no hay democracia posible». ¡Vaya otoño que nos espera…!