Se hace muy difícil entender qué es lo que nos está pasando a los españoles desde hace un buen puñado de años: corrupción siempre la ha habido, aunque no tanta; degenerados siempre los ha habido, aunque no tantos ni tantas, pero cualquiera que tenga una cierta edad o que, sin tenerla, tenga el sentido común de haber leído un poco, sabe que hasta no hace demasiado tiempo eso que se llama la sociedad reaccionaba en contra de la corrupción y de los degenerados. Ahora resulta que cada vez es menor la reacción social y que lo que Julián Marías denunció, hace muchos años, como lo peor del siglo XX, el considerar normal el aborto, se está trasladando a otros problemas no tan graves pero graves también. Ya sé que no es sólo en España: ya he leído en los periódicos de esta mañana que la corrupción corroe a Europa y que tres de cada cuatro ciudadanos consideran la corrupción como algo generalizado y algo poco menos que inevitable. Ya he visto el gráfico sobre la percepción de la corrupción en la Unión Europea, en el que, tras Grecia, Italia y Lituania, aparece España en el pelotón de cabeza. Ya he leído también que la corrupción produce un agujero de 120.000 millones de euros al año, que se dice pronto.
Pero todo eso es la corrupción económica, y yo me estoy refiriendo a la corrupción moral de la que, sin duda, la económica también es una consecuencia. Idígoras y Pachi han pintado una viñeta, en El Mundo, en que se ve al Presidente del Gobierno de España mirando cómo sale el sol, con la bandera española a su izquierda, y comentando para sus adentros: «Tengo que prohibir los amaneceres para que la gente siga dormida». Hace mucho tiempo que no veía una viñeta tan tremenda como certera. Acaba de tener lugar en Valladolid la Convención Nacional del Partido Popular que sostiene al Gobierno de España y lo que más me ha llamado la atención ha sido la falta de reacción frente a lo esencial: que sí, que ya sé que la economía es muy importante y muy decisiva y que se han dado pasos gigantescos para contrarrestar los nefastos ocho años de Zapatero; pero que la vida, el derecho a la vida, el respeto a la vida, la educación de nuestros hijos y la unidad de España son más importantes que la economía; pero que infinitamente más importantes, y que no he escuchado en Valladolid nada que merezca la pena sobre algo tan esencial para el presente y para el futuro de esta querida nación. Benigno Pendás, director del Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, acaba de animar a que sea atendido el consejo del maestro Sun-Tzu, allá por el siglo IV a. de C.: «El colmo de la destreza es someter al enemigo sin llegar a la guerra».
Bueno, pues aquí, entre nosotros, desgraciadamente, no sólo sigue habiendo quien entiende que la única manera de someter al enemigo es la guerra, sino que hay sectores enteros, políticos, culturales, mediáticos, que lo fomentan a diario; cuando no es con miembros de la Iglesia, siempre es con el aborto que, según los cafres, hasta «beneficiará a la economía». Sí, sobre todo a la economía del abortado… Presentan y cacarean manifestaciones en contra de la Ley del aborto y silencian y esconden manifestaciones a favor de la vida, más masivas y respetables que las anteriores, por cierto constituidas por trenes que lo único que pueden hacer es descarrilar, por mucho que los llamen tren de la libertad. ¿De la libertad de qué, de asesinar a seres indefensos e inocentes? Trinidad Jiménez, Secretaria de Política Social del PSOE y exministra nada menos que de Sanidad, ha publicado un artículo, naturalmente en El País, en el que tiene la desfachatez de proponer un decálogo y afirmar que hace falta una Ley del aborto similar a la de los países de nuestro entorno. Le trae sin cuidado si la Ley del aborto de los países de nuestro entorno es una ley digna de tal nombre, o pura basura carente de toda ética y moralidad. Curiosamente, el artículo se titula como se titula esta sección No es verdad. Nunca un título ha sido más cierto, nada de lo que en él escribe lo es.
Otro día hablaremos de lo de Cataluña. Ha sido muy interesante que hasta Felipe González le diga a Mas cosas de tanto sentido común como ésta: «Yo también tengo derecho a decidir». ¡Toma! Y usted y yo, ¿verdad?