No es verdad 865 - Alfa y Omega

No parece que pueda decirse que al presidente Rajoy le encantan las entrevistas, o que sea un presidente hablador y dicharachero, a menos que salga de la clase con Obama, de lo que, por cierto, en la entrevista del lunes con Gloria Lomana no dijo ni pío, ni ella se lo preguntó. De la Ley del aborto dijo algo más, en medio minuto de los treinta y cinco que duró la entrevista: lo suficiente para que quien quisiera entender entendiera que está dispuesto al consenso. Y lo que procede preguntar es: ¿qué consenso? ¿Consenso sobre qué? ¿Hay algo que consensuar cuando se trata del derecho a la vida de un ser humano? Una página entera le ha regalado El Mundo a Zapatero para que equipare su normativa abortista a la de «las democracias más avanzadas» ¿Avanzadas en qué? ¿En barbarie?

Hace más de treinta años, aquel gigante espiritual que fue Juan Pablo II hizo resonar su poderosa voz en la madrileña plaza de Lima con estas palabras: «Nunca se puede legitimar la muerte de un inocente». Nunca quiere decir nunca. El mal es siempre un mal; no se aborta un poquito. No hay plazos ni supuestos que valgan. La Conferencia Episcopal Española, en su Declaración de 17 de junio de 2009 sobre el Anteproyecto de Ley del aborto —Atentar contra la vida de los que van a nacer, convertido en derecho—, decía que lo más sombrío de aquel anteproyecto era el de calificar el aborto provocado «como un derecho que habría de ser protegido por el Estado. He ahí una fuente envenenada de inmoralidad e injusticia que vicia todo el texto». Y seguía así: «En el artículo 3.2 se reconoce el derecho a la maternidad libremente decidida. Lamentablemente, esta expresión no significa aquí que toda mujer tiene derecho a elegir si quiere o no quiere ser madre; significa, más bien, que tiene derecho a decidir eliminar a su hijo ya concebido». ¿Queda suficientemente claro? ¿O es que no hay peor sordo que el que no quiere oír, ni peor ciego que el que no quiere ver?

Personalmente, estoy verdaderamente harto de escuchar, desde hace tiempo, en los medios de comunicación, sobre este tema de la vida y sobre otros, como la excarcelación de asesinos etarras, que no se puede hacer otra cosa que lo que dice la Ley. ¡Pues claro que se puede hacer otra cosa, y por vía de urgencia: cambiar la Ley! ¿O es que no se quiere? Los talibanes de la progresía, que no dan una en nada, ya han saltado al ruedo de esta piel de toro que es España rasgándose las vestiduras ante ciertas declaraciones tajantes, clarísimas y esclarecedoras de don Fernando Sebastián, a quien el Papa acaba de nombrar para crearlo cardenal. Llegan incluso a pedir «que renuncie al capelo por su torpeza» ¡Ante el Papa que acaba de denunciar «el horror del aborto»! Les pasa lo que a algunos críticos de televisión, de libros y de cine: que ya están tan acostumbrados a la basura —se llame aborto, o se llame como se llame—, que les parece normal. Ya alguien tan lúcido como Julián Marías advirtió, hace muchos años, sobre cuál era la mayor desgracia de nuestro tiempo: la aceptación social del aborto.

Caín ha estado sembrado cuando ha dibujado la viñeta que ilustra este comentario, en la que se ve a ese juez —¿juez?— que pregunta al acusado: ¿Prefiere que le aplique justicia, o que le aplique la ley? Parece hasta mentira que esta pregunta pueda ser formulada en una viñeta de un periódico de un país civilizado y dicen que democrático. ¿Hasta qué punto hemos perdido la brújula en materia de principios morales? Ésta es una corrupción peor que la de manipular encuestas y que la de que un sindicato que se dice socialista se lleve crudo el dinero de los trabajadores; que la que al adulterio lo llama una aventura y que tener un hijo sin haberse casado sea una cosa normal y rentable para las revistas del corazón y de otras vísceras. Luego, para que no falte nada, están los profesionales de atizar cualquier rescoldo para provocar un incendio, que se escudan en un boulevard burgalés para tratar de organizar la revolución pendiente y el estallido social en el que, como siempre, a río revuelto ganancia de pescadores. «En este país —decía un sensato burgalés ajeno al soviet—, no se escucha al que más razón tiene, sino al que más vocea». Y titula El País: La protesta de Gamonal se extiende a Madrid. No es verdad. No se extiende; es extendida.