Los jueces dirán si lo de los ERE de Andalucía y lo de los papeles de Bárcenas constituye delito o deja de constituirlo y, por lo tanto, si, además de consecuencias morales y penales, los responsables deben asumir también consecuencias políticas, pero la sensación generalizada entre la gente normal y corriente, que paga sus impuestos y que ha votado para algo, es de verdadero asco; cada día, un poco más. Yo no sé si ustedes han visto, estos días, esa foto que ha dado la vuelta al mundo de la invasión de algas malolientes en China; bueno, pues algo así, sólo que en el terreno moral, social, cultural, político, económico, jurídico, es lo que está ocurriendo con el tsunami de basura que, día tras día, enfanga o trata de enfangar la vida española. Tampoco sé, se lo digo de verdad, si todos los beneméritos esfuerzos que algunos hacen para descubrir la porquería no estarían mejor empleados, o no serían más eficientes, si los dedicaran por ejemplo a defender la vida de cada ser humano que tiene derecho a venir a ella, y no le dejan. Porque, verán ustedes, mientras los jueces deciden lo que tienen que decidir, los políticos deliberan lo que tienen que deliberar, y los periodistas escriben y cuentan lo que tienen que contar y escribir, el hecho es que cada cuatro minutos, en esta España nuestra de hoy, un ser humano es asesinado en el seno materno, y ya me contarán ustedes si esto no es más urgente, intolerable e inaplazable que todo lo otro.
Ya han vuelto unos y otros al dale que te pego de si los balances se hacen antes o después. Yo no sé ni me importa si es justo o injusto hacerlos ahora o dentro de un año; lo único que sé es que lo que me parece más inteligente es hacerlos cuando se está a tiempo de resolver algo. Tampoco sé si, como dice el Presidente de la Junta de Andalucía, cuando él se vaya los pajaritos seguirán cantando. Lo más seguro es que sí, que los pajaritos seguirán cantando, pero lo que sí sé es que no es lo mismo oírlos cantar desde un sillón presidencial, que desde una celda, o desde la hamaca en la playa; como no es lo mismo hacer retórica barata sobre los desahucios, que quedarse con el piso de un desahuciado, como ha hecho el Vicepresidente comunista de la Junta de Andalucía, quedándose, en condiciones ventajosas, con la vivienda embargada de su vecino. Ya ha habido algún humorista que ha comentado: Tranquilo, sería de derechas; o como no es lo mismo vender retórica barata desde la mesa gerencial de la economía de un partido, que jugarse el pellejo cada día en las calles y plazas rendidas a los etarras. No, no es lo mismo.
Decía uno de los abogados de Bárcenas, que ya ha dejado de serlo, que «tener cuarenta millones en Suiza no es ningún delito». ¡Hombre, verá usted, depende de cómo se hayan conseguido esos cuarenta millones! Como esto es cada vez más el mundo al revés, vemos que, por ejemplo, tiene que dimitir el Jefe de Tráfico, en Gerona, tras ser cazado conduciendo a 160 kilómetros por hora, cuando volvía a casa de una reunión sobre cómo reducir la siniestralidad. Habrán tenido ustedes también ocasión de ver en la tele, estos días, cómo los cafres abertzales intentaban reventar el chupinazo de los Sanfermines en Pamplona. Ellos, a lo suyo.
En el ámbito eclesial, el Director de la Sala de Prensa de la Santa Sede ha tenido que desmentir al diario español El País, que titulaba: El Papa considera las protestas de Brasil acordes con el Evangelio, y ha recordado la Nota publicada el 24 de julio por los obispos de Brasil, que expresaban «su solidaridad y apoyo a las manifestaciones, siempre y cuando éstas sean pacíficas». Pocos días después, el responsable de información religiosa en El País comentaba el anuncio de canonización de Juan XXIII y de Juan Pablo II, y los definía «como agua y aceite», porque para él Juan Pablo II «era intransigente y enemigo del pensamiento teológico libre». Lo que verdaderamente es como agua y aceite es la información religiosa y el informador de El País: pero no sólo la información religiosa; no, no, la información a secas. Es como el teólogo Boff, a quien no le ha gustado la primera encíclica del Papa Francisco, porque no le gusta la argumentación teológica típica de Ratzinger, según él: la preponderancia del tema de la verdad, casi obsesiva, que se contrapone frontalmente a la modernidad. Es evidente que a Boff lo que le importa es la modernidad; la verdad le trae al fresco.