No es verdad 832 - Alfa y Omega

En un artículo titulado La des-moralización, que César Alonso de los Ríos publicó, hace ya bastante tiempo, en ABC, escribía: «Hace unos treinta años, Aranguren comentó unas palabras mías sobre la desmoralización de la sociedad española. El profesor sospechaba, con razón, que quizá yo me refería, a la vez, a la ausencia de moral como actitud y a la inmoralidad ética misma. Porque fue hace mucho cuando comenzó la desmoralización de España». Así que, como ustedes pueden ver, lo que Máximo denuncia en la viñeta que ilustra este comentario, no es precisamente, tampoco, algo de hoy. La cosa viene de lejos y eso es lo más grave de todo.

En plena crisis económica, con seis millones de parados y dos millones de familias españolas ninguno de cuyos miembros cobra un euro a fin de mes, resulta incalificable el espectáculo del reciente acueducto de cinco días sin dar un palo al agua; y resulta incalificable que el presidente del Banco de Alimentos denuncie que, cada año, en España, se tiran 8 millones de toneladas de comida (12 mil millones de euros). Resultan incalificables muchísimas cosas más; por ejemplo, que en 1977 había 700.000 funcionarios en las Administraciones, y ahora hay 3.200.000, muchos de ellos digitales; o que siga habiendo 4.000 empresas públicas, casi todas con deudas. Resulta incalificable que los sindicatos sigan recibiendo subvenciones, a pesar del evidente descrédito que se ha visto, por ejemplo, en el reciente 1 de mayo; resulta incalificable que se siga pidiendo sacrificios siempre a los mismos, mientras los líderes sindicales socialistas, como Manuel Pastrana, se gastan nuestro dinero en hoteles de lujo, cenas opíparas en Sudáfrica y sobresueldos injustificables; resulta injustificable que UGT se gaste 2,7 millones de euros en su nueva sede de Mérida, mientras no puede haber desfile en el día de las Fuerzas Armadas que, este año, dispone de un presupuesto de 90.000 euros, que es algo así como lo que se gasta en una semana una de esas embajadas que facilitan el proyecto soberanista de Cataluña, es decir, su desleal e ingrata independencia. Así que es incalificable que el lema Todo por la Patria haya sido cambiado por Todo por la pasta. He leído ayer, sin ir más lejos, que «sólo el 33,7 % de catalanes quiere la independencia». ¿Sólo? A mí me parece una barbaridad de catalanes desleales, desagradecidos y paletos. Es incalificable que el director de TV3 (Cataluña) cobrara, en 2012, 164.965,72 euros; y cada conseller, más de 103.000; como es incalificable que vea uno el Telediario en TVE y siga siendo TV PSOE, un año y medio después de que el PP haya tenido la mayoría absoluta en unas elecciones.

Es incalificable que alguien haya lanzado la malévola insidia de una sociedad de socorros mutuos entre la Zarzuela y el PSOE, hasta el punto de que Zarzuela haya tenido que puntualizar y aclarar que no impone pactos entre socialistas y populares, pero no tanto que la gente se pregunte para qué sirven las urnas y para qué han servido las elecciones, si cuando los socialistas pierden, hay que hacer pactos.

¿De verdad que en España hay la reacción adecuada a la ofensiva nacionalista que celebra cumbres borrascosas de las que los socialistas que participan salen haciendo como que están indignados de lo que han escuchado? ¿De verdad que los televidentes de las cadenas de televisión de derechas necesitan toda esa clase de detalles sobre las reuniones etarras, independentistas, que no hacen más que el caldo gordo a cargo de tontos útiles disfrazados de informadores? ¿Es necesario invitar a foros españoles a catalanes separatistas para que digan que «es necesario que España y Cataluña inicien un diálogo constructivo»? ¿Es que es posible que alguien dialogue consigo mismo? Y ¿qué me dicen ustedes de los más de 20.000 asesores nombrados a dedo por los políticos, en la España de 6 millones de parados, que siguen en su puesto, a pesar de la crisis, con sueldos de aquí te espero? ¿De verdad que, en lugar de crear 30 nuevos impuestos, los responsables de Economía y Hacienda no pueden meterle mano a fondo a las estructuras de un Estado a todas luces sobredimensionado? Decía Burke que, «para que el mal triunfe, basta con que los buenos no hagan nada».