La viñeta de Caín, que ilustra este comentario, es suficientemente elocuente. Podría completarse con la de Quero, en La Gaceta, en la que se ve a dos encapuchados etarras que mantienen el siguiente diálogo: «—Nuestro último secuestro ha sido un éxito. —¿Cuál? —El del sentido común de los demócratas. Ni siquiera lo han echado en falta». Javier Quero ilustra con esa viñeta un artículo titulado ¿Reinser… qué?, en el que mantiene la tesis, ampliamente compartida por todos los españoles sensatos, de que «a los asesinos no hay que acercarlos, sino cercarlos». Doña Ángeles Pedraza, Presidenta de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, recibió, este fin de semana, el aplauso enardecido de todos los miembros del Congreso madrileño del PP, puestos en pie. La ovación tenía un cierto perfume de desagravio, porque, ciertamente, no es fácil de entender, y menos a estas alturas de la película, esa propuesta de «un programa integral para presos por delitos de terrorismo, para facilitar su reinserción y evitar su radicalización en las cárceles». Por lo visto, el plan estaría dirigido —digo estaría, porque supongo que se lo pensarán dos veces— a presos de ETA, de los Grapo, y de grupos yihadistas y del crimen organizado. Lo primero que se pensaron los malpensados, que nunca faltan, fue: ¿A qué viene esto ahora?, a no ser que se trate de un intento de cortina de humo para que la gente hable de eso, en vez de los 6 millones de parados y de los casi 2 millones de familias españolas, ninguno de cuyos miembros puede llevar un euro a casa. Otros, no menos crueles, aseguran la buena intención de los planificadores, al mismo tiempo que recuerdan que la entrada del infierno está llena de buenas intenciones. Yo lo único que sé es que ningún Gobierno digno de tal nombre puede negociar, absolutamente nada, con asesinos y terroristas; el mero hecho de plantear este plan ya es una cesión inadmisible. Yo lo único que sé es que nadie me gana a desear una definitiva y real reconciliación, pero naturalmente desde la certeza, convicción y seguridad absoluta de que una verdadera reconciliación exige pedir perdón, disolverse, cumplir las penas que la justicia les imponga y resarcir a las víctimas; si no, es imposible la reconciliación verdadera. Habrá otras cosas, paripés, simulacros de reconciliación; habrá tejemanejes, habrá intereses y conveniencias y oportunismos para unos y para otros, pero reconciliación no. Y justicia, tampoco. Y, por tanto, no habrá una verdadera convivencia.
Uno no acaba de entender cómo algo tan elemental, tan de sentido común, se enfrenta —un Gobierno sí y otro también, sean del signo que sean— con la imperiosa necesidad de entablar relación con asesinos. Uno, en su humilde manera de entender las cosas, no entiende por qué hay que acercar a las cárceles de Vascongadas a los asesinos vascos y no a los pederastas, ladrones y violadores vascos. ¿Por qué sólo a los etarras? Y uno no acaba de entender —es más, uno tiene la impresión de que no hay quien lo entienda— qué especie de extraño misterio, o secreto, o pacto, o lo que sea, hay entre los asesinos etarras y los dirigentes políticos de un Gobierno tras otro, sea del color que sea. ¿De dónde salen estas cosas?: ¿Del mismo sitio que el olvido del 11M y del caso Faisán? Y otra pregunta que se hace la gente de a pié: ¿Aquí, en realidad, quién manda y desde dónde? Yo ya comprendo que hay alergias mucho más perniciosas que las alergias de primavera… Tras el lanzamiento a la opinión pública de este plan, o globo, o lo que sea, si yo tuviera la responsabilidad política de gobernar o dirigir la Nación y viera que tanto el PSOE, como el PNV, como El País están encantados con este plan, les aseguro que me preocuparía seriamente, porque por sus frutos los conoceréis; y, desde luego, los frutos que hasta ahora, en España, han dado el PSOE, el PNV, El País y todos sus derivados y compuestos, con la impagable —mejor dicho, rentabilísima— ayuda de TVE, de Cuatro, de LaSexta, etc., a la vista de todos están y no hay peor ciego que el que no quiere ver, ni peor sordo que el que no quiere oír. El déficit de dignidad y de decencia moral que hoy infecta España es que echa para atrás.