Todos los relatos evangélicos de los acontecimientos del Domingo de Pascua comienzan narrando que las mujeres encontraron vacío el sepulcro de Jesús. Es un dato de primera magnitud. El mensaje de la Resurrección que predicaron enseguida los apóstoles, no se habría mantenido un día en pie, y ellos mismos habrían sido objeto de irrisión pública, si el sepulcro hubiese contenido el cadáver de Jesús. Pero no pudieron mostrarlo, pues estaba vacío.
El sepulcro vacío aporta, además, otro dato de excepcional importancia. A saber: que el cuerpo del Crucificado es el mismo que el del Resucitado, salvo que éste ya estaba glorificado. Por eso, la más antigua predicación apostólica —el famoso kerigma— tiene fórmulas tan precisas como «Murió por nuestros pecados»; «Fue sepultado»; y «Resucitó». Por otra parte, la realidad del sepulcro vacío es confirmada por las apariciones del Resucitado. Y no eran, precisamente, a gente dada a admitir fácilmente la Resurrección.
De otro lado, cuando predicaron este mensaje, fueron muchos los que se rieron de él. El gran erudito alejandrino, Orígenes, señalaba, a comienzos del siglo III, una situación no muy diferente a la nuestra, cuando decía que «el misterio de la Resurrección —por no ser comprendido— es la risa incesante de los paganos». Dos siglos más tarde, el gran san Agustín recalcaba que «en ninguna otra cosa se contradice tanto a la fe cristiana como en la resurrección de la carne». El mismo Tertuliano, apologeta brillante, decía que él mismo se había reído de ella antes de su conversión.
No obstante, los cristianos siguieron creyendo y predicando esa verdad. Más aún, afirmando que ella es la razón de su fe y de su vida. Porque, sintiéndose miembros, por el Bautismo, de un cuerpo cuya Cabeza ya ha resucitado, ellos correrán la misma suerte. Ésta es la gran propuesta del cristianismo y de la Iglesia. El que crea en Jesucristo y viva según sus enseñanzas y ejemplo, al final de su vida no se encontrará con la nada, sino con la plenitud. Frente al nihilismo y al materialismo actuales, que no ofrecen una verdadera alternativa —pues la muerte acabará con ellos—, la resurrección cristiana se alza para presentarse como la última palabra que pronuncia el hombre regenerado por Cristo.