«Tiene un tumor cerebral. No se lo podemos asegurar, pero le quedan 2 meses de vida»: éste es el mensaje con el que comienza la historia de Frank, padre de dos hijos, y su mujer, Simone. Sentados en una fría consulta de un hospital, el matrimonio recibe la noticia que cambiará sus vidas para siempre. Halt auf freier Strecke —o Parada en mitad del trayecto—, la cinta del alemán Andreas Dresen, presentada en Madrid, la pasada semana, durante el 14º Festival de cine alemán, es la cruda visión del final de la vida de un hombre de 40 años.
En un largometraje duro, sin bandas sonoras, sin efectos especiales, incluso sin un guión definido —los personajes improvisan en cada escena-, cada uno de los actores muestra, sin aditivos, cómo se enfrenta a la muerte. Simone, la madre de familia, encarna en su personaje un extraordinario retrato del amor. Cada día se sobrepone a la dura enfermedad de su marido, a quien decide cuidar en casa para que sus hijos normalicen la muerte y no vean morir a su padre en una fría sala de hospital. Mientras, Frank convierte su teléfono móvil en un diario personal, en el que narra cómo la enfermedad le va carcomiendo cada día, hasta invadirle por completo. Ganadora con el premio del Cine Alemán de Oro 2012, Halt auf freier Strecke —presentada en un Festival, este 2012, caracterizado por la llamativa ausencia de comedias— es un canto a la fortaleza de los que se quedan, y un adiós a los que se van, sin edulcorar. Son malos tiempos para la lírica.