Los rasgos del discípulo - Alfa y Omega

Los rasgos del discípulo

XXIII Domingo del tiempo ordinario

José Rico Pavés
Sermón de la Montaña (detalle), de E. Gragutescu. Museo Pro Civitate cristiana. Asís

La condición de discípulo tiene su origen en la llamada del Señor. Nadie puede constituirse en discípulo de Jesucristo si Él no le llama. A la llamada sigue la respuesta del seguimiento, y éste exige acoger las enseñanzas del Maestro, imitar su vida y, sobre todo, dejarse configurar por Él. Jesús se aproxima a Jerusalén, son muchos los que todavía le siguen, aunque no todos están dispuestos a asumir las exigencias del seguimiento. Cuando llegamos con la Iglesia al XXIII Domingo del Tiempo ordinario, Jesucristo nos invita a hacer un alto en el camino para recordarnos las condiciones que deben cumplir sus discípulos. Jesús formula las condiciones en negativo, para que reconozcamos con claridad los ámbitos de la vida que quedan implicados. Al mismo tiempo, se subraya con insistencia, como si de un estribillo se tratara, que lo que está en juego es ser discípulo suyo. El discípulo, en efecto, es de Cristo, de modo que sin la pertenencia a Él, como novedad que todo lo cambia, no se pueden entender las condiciones que Él mismo plantea.

La primera condición afecta al corazón y tiene que ver con el amor debido a las personas más cercanas: los miembros de la propia familia. En negativo, Jesús revela que los lazos familiares no son tan fuertes como los que Él construye con sus discípulos. En positivo, el Señor anuncia que su amor por los suyos será mayor que el amor nacido de los vínculos de la carne y de la sangre. Si fuerte es éste, infinitamente mayor es el que Él ofrece a sus discípulos. En el comienzo de todo discipulado está el encuentro amoroso con el Señor: sólo quien se sabe objeto del amor más grande, puede posponer cualquier amor al amor de Dios. Jesucristo no está llamando a destruir el amor entre los miembros de la familia, sino a fortalecer ese amor desde el amor infinito que sólo Él nos puede comunicar. Por eso, discípulo de Cristo es quien le ama más que a nadie, incluso más que a sí mismo.

La segunda condición exige unir cruz y seguimiento. Jesús pide abrazar la cruz sólo después de prometer que siempre podremos encontrarle en ella. Por eso, cargar la cruz forma parte del seguimiento. Cargar la cruz siguiendo a Cristo implica asumir la adversidad con la confianza de quien se sabe sostenido por la mano más fuerte; significa saberse capacitado por el Señor para devolver amor a los que nos odian; significa encontrar alegría en gastarse y desgastarse por salir al encuentro de Cristo en nuestros semejantes; significa acoger la invitación de Cristo y poner la propia vida en su Corazón para reparar con su amor el daño del pecado; significa, en fin, pedir al Señor la prudencia necesaria para embarcarse, con su ayuda, en empresas que sabemos de antemano que son superiores a nuestras fuerzas.

La tercera condición, en realidad, resume las dos anteriores: la renuncia a todos los bienes para tenerle a Él como nuestro único bien. El discípulo de Cristo sólo puede serlo de Él. Las condiciones podrían entenderse como ejercicios de superación. Jesucristo, sin embargo, llama a la plena aceptación de su Persona y de su misión. Ser discípulo de Jesucristo exige poner la vida en Él, dejarse tomar por Él. Los rasgos del discípulo de Cristo son, en definitiva, los rasgos de Cristo en él.

Evangelio / Lucas 14, 25-33

En aquel tiempo, mucha gente acompañaba a Jesús; Él se volvió y les dijo:

«Si alguno viene a mí y no pospone a su padre y a su madre, y a su mujer y a sus hijos, y a sus hermanos y a sus hermanas, e incluso a sí mismo, no puede ser discípulo mío. Quien no carga con su cruz y viene en pos de mí, no puede ser discípulo mío. Así, ¿quién de vosotros, si quiere construir una torre, no se sienta primero a calcular los gastos, a ver si tiene para terminarla? No sea que, si echa los cimientos y no puede acabarla, se pongan a burlarse de él los que miran, diciendo: Este hombre empezó a construir y no pudo acabar. ¿O qué rey, si va a dar la batalla a otro rey, no se sienta primero a deliberar si con diez mil hombres podrá salir al paso del que lo ataca con veinte mil? Y si no, cuando el otro está todavía lejos, envía legados para pedir condiciones de paz. Así pues, todo aquel de entre vosotros que no renuncia a todos sus bienes, no puede ser discípulo mío».