«Siguiendo una tradición iniciada por el Beato Papa Juan Pablo II, celebramos también, en la fiesta de la Epifanía, la ordenación episcopal de cuatro sacerdotes que, a partir de ahora, colaborarán en diferentes funciones con el ministerio del Papa al servicio de la unidad de la única Iglesia de Cristo en la pluralidad de las Iglesias particulares»: así dijo Benedicto XVI al comienzo de su homilía de la Santa Misa que celebró en la basílica vaticana, en la solemnidad de la Epifanía del Señor. Como se ve en la foto, consagró obispo a su secretario personal, monseñor Georg Gänswein, a quien confirió la dignidad de arzobispo. Poniendo de ejemplo a los Magos de Oriente, el Santo Padre los definió como «hombres movidos por la búsqueda inquieta de Dios, que esperaban, que no se conformaban con sus rentas seguras, y quizá su alta posición social. Querían saber, sobre todo, lo esencial». Y preguntó: «¿Cómo debe ser un hombre al que se le imponen las manos por la ordenación episcopal en la Iglesia de Jesucristo? Sobre todo, un hombre orientado hacia Dios, un hombre a quien le importen los hombres; pero sólo lo será verdaderamente si es un hombre conquistado por Dios; un hombre de fe: la fe no es más que estar tocados interiormente por Dios. El obispo debe ir delante, debe ser el que indica a los hombres el camino hacia la fe, la esperanza y el amor…; se necesitaba valentía para recibir los Magos el signo de la estrella como una orden de partir. Podemos imaginarnos las burlas que suscitó la decisión de aquellos hombres: la irrisión de los realistas que no podían sino burlarse de las fantasías de estos hombres; pero, para ellos, el camino según las indicaciones divinas era más importante que la opinión de la gente. La búsqueda de la verdad era para ellos más importante que las burlas del mundo, aparentemente inteligente. ¿Cómo no pensar, ante una situación semejante, en la misión de un obispo en nuestro tiempo? La humildad de la fe se encontrará siempre en conflicto con la inteligencia dominante de los que se atienen a lo que en apariencia es seguro. Quien vive y anuncia la fe de la Iglesia en muchos puntos no está de acuerdo con las opiniones dominantes precisamente también en nuestro tiempo. El agnosticismo ampliamente imperante hoy tiene sus dogmas y es extremadamente intolerante frente a todo lo que lo pone en tela de juicio y cuestiona sus criterios. Por eso, el valor de contradecir las orientaciones dominantes es hoy especialmente acuciante para un obispo. Quien teme al Señor no tiene miedo de nada. El temor de Dios libera del temor de los hombres. Hace libres».