La fe de siempre - Alfa y Omega

La fe de siempre

Alfa y Omega

En Luz del mundo, el libro que recoge la conversación de Benedicto XVI con Peter Seewald, se lee expresamente: «Juan XXIII hizo un gesto grande e irrepetible, al confiar a un concilio universal el entendimiento hoy de la palabra de la fe. El concilio cumplió, sobre todo, el gran cometido pendiente de definir de nuevo tanto la vocación de la Iglesia como su relación con la modernidad, así como también la relación entre la fe y el tiempo actual y sus valores. Pero traducir lo dicho a la existencia de cada día y seguir, al hacerlo, en la continuidad interna de la fe es un proceso mucho más difícil que el mismo concilio. Sobre todo, porque el concilio ha llegado al mundo según la interpretación de los medios, y no tanto según sus propios textos, que casi nadie lee. Creo que nuestra gran tarea ahora, después de que se han aclarado algunas cuestiones fundamentales, consiste, ante todo, en sacar nuevamente a la luz la prioridad de Dios. Hoy lo importante es que se vea de nuevo que Dios existe, que Dios nos incumbe y nos responde. Y que, a la inversa, si Dios desaparece, por más ilustradas que sean todas las demás cosas, el hombre pierde su dignidad y su auténtica humanidad, con lo cual se derrumba lo esencial».

¿Tiene algo de especial, o de sorprendente, que Benedicto XVI —que en 2010 publicó esta respuesta a la pregunta de Peter Seewald— haya convocado el Año de la fe 2012-2013, con la carta apostólica Porta fidei, en forma de motu proprio, cuyo texto íntegro puede encontrar el lector en este número de Alfa y Omega? Nada más coherente y lógico que este Papa providencial haya convocado a la Iglesia a ese Año de la fe para conmemorar los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II.

Ya en la primera página del citado documento, afirma el Santo Padre: «Sucede hoy con frecuencia que los cristianos se preocupan mucho por las consecuencias sociales, culturales y políticas de su compromiso, al mismo tiempo que siguen considerando la fe como un presupuesto obvio de la vida común. De hecho, este presupuesto no sólo no aparece como tal, sino que incluso con frecuencia es negado. Mientras que, en el pasado, era posible reconocer un tejido cultural unitario, ampliamente aceptado en su referencia al contenido de la fe y a los valores inspirados por ella, hoy no parece que sea ya así en vastos sectores de la sociedad, a causa de la profunda crisis de fe que afecta a muchas personas».

Y habla, a continuación, el Papa, de que «no podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta, sino que, como la samaritana (véase la portada de este número de Alfa y Omega), también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo, para escuchar a Jesús, que invita a creer en Él y a extraer el agua viva que mana de su fuente». El propio Pontífice define el Concilio y lo que él mismo pretende con este Año de la fe: ofrecer «una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza»; una invitación, pues, a una auténtica y renovada conversión al Señor, desde la convicción firme de que «la fe sólo crece y se fortalece creyendo». Juan Pablo II, en su encíclica Redemptoris missio, no duda en afirmar que «la fe se fortalece dándola», y en eso consiste la dinámica de creer: entregarse a Cristo y entregarLo a los demás.

Tendremos, en consecuencia, gracias a esta sugestiva y providencial iniciativa de Benedicto XVI, la oportunidad de relanzar la evangelización y de confesar nuestra fe en el Señor Resucitado «en nuestras catedrales e iglesias de todo el mundo, en nuestras casas y con nuestras familias, para que cada uno sienta con fuerza la exigencia de conocer y transmitir mejor a las generaciones futuras la fe de siempre», cuyo conocimiento sistemático, seguro y garantizado, todos podemos encontrar, con la ayuda preciosa e indispensable del catecismo de la Iglesia católica, en la seguridad plena de que la fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin la fe sería un sentimiento a merced constante de la duda. La fe y el amor se necesitan mutuamente. Confía Benedicto XVI ese tiempo de gracia del Año de la fe a la Madre de Dios, proclamada Bienaventurada, porque ha creído.

«¿Piensa usted que la Iglesia católica podría prescindir realmente del Concilio Vaticano III?», le pregunta Peter Seewald, en Luz del mundo, a Benedicto XVI. Su respuesta es meridiana: «Hemos tenido en total más de veinte Concilios. Seguramente en algún momento habrá de nuevo otro. Por el momento, no veo que se den las condiciones para hacerlo».

Y, por el momento, gracias a Dios el Santo Padre Benedicto XVI nos convoca a todos para celebrar, juntos y unidos, el Año de la fe.