La época de los sacerdotes mendigos
La congregación San Pedro Apóstol cumple 400 años ayudando a los sacerdotes necesitados de Madrid
Hubo una época en la que «no tener oficio ni beneficio» no era una expresión hecha sino una realidad que condenaba a muchos sacerdotes a vivir y morir en la más absoluta pobreza. A comienzos del siglo XVII, el clero aún se dividía en dos grupos. El bajo, sin origen nobiliario ni estatus social, tenía serios problemas para acceder a un puesto en el que vivir su sacerdocio. Las parroquias, las capellanías o los encargos de celebrar Misa iban al alto clero, formado sobre todo por hijos de las familias nobles. Y sin cargo u oficio, no había sueldo (beneficio). Muchos buscaban fortuna en Madrid, capital desde 1606, que en pocos años pasó de 14.000 a 100.000 habitantes.
«Venían pensando que quizá aquí encontrarían algún señor rico que los contratara para celebrar Misa. Pero acababan mendigando, enfermos, o muertos y enterrados en una fosa común. Era otro tipo de sacerdocio, de Iglesia y de Madrid», explica Jesús Sotillo, archivero de la congregación San Pedro Apóstol de presbíteros seculares naturales de Madrid, que el 25 de junio celebró su cuarto centenario.
Nació, impulsada por Jerónimo de Quintana y otros sacerdotes del alto clero, «para ayudar a vivir y morir con dignidad» a sus hermanos en el sacerdocio. Con las contribuciones de sus miembros, y poco a poco también de seglares, puso en marcha una ingente labor social. Se empezó dotándoles de ropa digna y dinero. Luego se hicieron cargo también de sus estancias en hospitales, hasta que en 1732 abrieron el suyo propio, en la calle Torrecilla del Leal.
Era más que una ayuda económica. Querían también evitar la degradación moral de los clérigos, pues la desesperación llevaba a algunos a la delincuencia. Incluso se apostó por su reinserción cuando esto ocurría. La congregación asumía su defensa y manutención, y terminó creando la Cárcel de la Corona, para que estuvieran mejor atendidos que los presos comunes. «Cuando salían les intentaban conseguir algún trabajo –explica Sotillo–. Una manera era buscarles estipendios de Misas por los difuntos de alguna familia».
Un lugar para envejecer
Mucho ha cambiado la situación de los sacerdotes desde entonces, y la congregación se ha ido adaptando. Ahora, su principal obra es la residencia para sacerdotes mayores que puso en marcha en 1946 en lo que hasta entonces había sido su segundo hospital, en la calle San Bernardo. Aunque en la actualidad la gestiona la archidiócesis de Madrid, San Pedro sigue financiándola. El centro acoge a 85 sacerdotes. La mayoría, aunque no se ven capaces de vivir solos, «siguen entrando y saliendo, colaborando en las parroquias», explica el sacerdote José María, exdirector y ahora residente y director espiritual del centro.
Pero el tiempo pasa, y llega un momento en el que quien ha pasado décadas volcado en su labor pastoral ya ni siquiera puede echar una mano. Es un momento difícil para ellos. Pero tanto Sotillo como la hermana María Luisa, superiora de la comunidad de las Dominicas Hijas de Nuestra Señora de Nazaret, que se encarga de la residencia, subrayan que al ser un centro específico para sacerdotes «les ayuda a aprender a vivir esta etapa, a contemplar y compartir lo que han vivido, y a ir uniendo su dolor al de Cristo mediante la oración», cuenta la religiosa. Como en cualquier residencia, por la mañana hay actividades como fisioterapia. Pero además, cada día hay cuatro misas, y adoración eucarística dos veces por semana. «Y si pasas por la capilla por la tarde –agrega el director espiritual– siempre encontrarás a alguno rezando».