La diócesis de Gorakhpur, maestra en desarrollo comunitario. La creatividad de la caridad - Alfa y Omega

La diócesis de Gorakhpur, maestra en desarrollo comunitario. La creatividad de la caridad

Una mujer -otra más- fue asesinada por su marido en la aldea de Rampur Dullah. La policía archivó el caso en la papelera, pero un grupo de mujeres cortó la carretera y exigió que se abriera una investigación. Las cosas han cambiado mucho en esta zona rural fronteriza con Nepal. Con ayuda de Manos Unidas, la diócesis de Gorakhpur ha puesto en marcha varios programas de desarrollo comunitario que empiezan a producir resultados sorprendentes

Ricardo Benjumea
El padre Varghese (a la derecha) visita una comunidad rural.

También las familias cristianas conciertan en la India los matrimonios de sus hijos. La Iglesia no lo condena, mientras no se exija a la mujer el pago de una dote. Es una costumbre muy extendida, con repercusiones en la vida religiosa. A los 15 años, los chicos deben elegir entre el sacerdocio o el matrimonio.

Desde que tuvo uso de razón, el padre Varghese (en español, Jorge) recuerda haber escuchado en Kerala (20 % de cristianos) historias sobre la difícil situación en el norte, donde apenas hay cristianos y sí, en cambio, mucha pobreza. Desde pequeño, quiso ser misionero allí. A los 15, ingresó en lo que en la India se llama seminario menor. Ninguno de los otros 11 chicos que empezaron con él el proceso llegó a ordenarse. Cursó luego tres años de Filosofía. Esos estudios se alternan con prácticas pastorales junto a sacerdotes, habitualmente en entornos rurales y en trabajo social. Completada esta fase, los seminaristas dedican un año completo a labores pastorales tuteladas. Es además un período de discernimiento, tras el cual los aspirantes al sacerdocio deben superar otros 4 años en Teología.

Varghese Alumchuvattil dirige ahora la Cáritas diocesana de Gorakhpur, donde sólo viven 3 mil católicos, el 0,02 % de una población de 17 millones de personas. A sus maestros sacerdotes («eran modelos para nosotros», dice), les agradece sobre todo haberle enseñado a evaluar las oportunidades y necesidades del entorno. Esa habilidad, con el apoyo económico de Manos Unidas, le ha permitido poner en marcha, en 30 aldeas, un programa de agricultura ecológica que está cambiando la vida de miles de pequeños agricultores que viven en condiciones de extrema pobreza. Le asisten varias religiosas, la mayoría del sur de la India.

Empezó a trabajar con mujeres: «Ellas son las que hacen todas las tareas, en casa y en el campo, pero nunca se les reconoce. Al principio, ni siquiera se atrevían a mirar a un hombre a la cara». Les dio formación sobre cómo actuar ante catástrofes naturales. Estas tierras, a los pies del Himalaya, son muy fértiles, pero sufren terribles inundaciones periódicas y temperaturas extremas, que oscilan entre los 2 grados en invierno y los 50 en el pico de más calor del verano.

Dos mujeres trabajan en el campo.

Les enseñó a diversificar cultivos, según la estación del año. La auténtica revolución fue la agricultura orgánica. «Comprendimos que estaban gastando demasiado dinero en semillas, fertilizantes y pesticidas». Con esos químicos, la calidad de la tierra se deteriora muy rápido, y los beneficios de la familia se esfuman. Cáritas creó un banco de semillas, y puso en marcha una escuela para enseñar a producir fertilizantes y pesticidas ecológicos. Se han creado cooperativas de agricultores, en las que mujeres y hombres trabajan en plano de igualdad. Ni siquiera hay ya fronteras insalvables de casta. Incluso hay mujeres musulmanas en el grupo. Y el que no tiene tierra produce fertilizantes. Así reúne el dinero para una parcela. Para vender la producción, la diócesis tiene una tienda en la ciudad de Gorakhpur.

Costó arrancar. La gente desconfiaba de las nuevas técnicas, que ahora han imitado incluso los terratenientes de la zona. Tampoco se fiaban de las religiosas, que «pensaban que habían venido a hacer proselitismo». Y sobre todo, muchos hombres se negaban a dejar participar a sus mujeres. Ése fue el caso de Narbaja (la mujer con sari rojo y lunares negros que se ve en la foto de esta página). Varias compañeras del grupo fueron a convencer a su marido, un alcohólico que derrochaba el dinero de la familia. Antes, Narbaja trabajaba de sol a sol en la huerta de un rico vecino por 60 rupias al día (120 pesetas). Gracias a su pequeño lote de tierra, pudo ahorrar y cumplir su gran sueño. «Yo no estoy educada, pero quería que mis hijos se educaran», cuenta. Ése es su mayor orgullo. Hace poco casó a su hija, pero exigió que la joven siguiera estudiando.

Se han roto muchos tabúes. También las mujeres del grupo han participado en programas de alfabetización. «Al principio, no sabía firmar. Tenía que poner el dedo en el papel. Ahora puedo leer los carteles cuando voy al mercado», dice otra miembro del grupo. Shanti Devi, de 46 años, viajó incluso a Delhi, la capital, en representación del grupo, para un encuentro nacional de pequeños agricultores. «Había gente muy importante, del Gobierno. Decían que no sería capaz de hablar, y aunque salí temblando, les dejé impresionados».

Lobby político

La estrategia de las cooperativas se complementa con la puesta en marcha de los llamados grupos de autoayuda de mujeres, una técnica muy extendida, casi ya un signo distintivo de la labor social de la Iglesia en toda la India. Cada una va aportando pequeñas cantidades de dinero, con lo que se va generando un fondo común. Cualquier miembro del grupo puede recurrir a un préstamo en caso de necesidad, o para poner en marcha un pequeño negocio, sin necesidad de pagar los intereses de usura que exigen los prestamistas. Cuando se alcanza un volumen de ahorro suficiente, se abre una cuenta en el Banco. Ya es posible entonces acceder a créditos.

En la aldea de Rampur Dullah, Sister Arpana, religiosa de las Hermanas de la Reina de los Apóstoles, de Bombay, ha hecho un trabajo impresionante. Empezó con charlas sobre salud. Formó un grupo, y lo movilizó para exigir a la Administración que acudiera una ambulancia para llevar a las parturientas a un hospital. También han conseguido importantes mejoras en el colegio. A una de las mujeres, la asesinó su marido. La policía archivó el caso, y el resto cortó la carretera de acceso a la comisaría para obligar a venir a un superior. El caso fue juzgado, y el hombre, condenado. «Son muy insistentes», ríe el padre Varghese.

Otro de sus logros ha sido cerrar la licorería, en la que sus maridos se gastaban los ahorros. Se emborrachaban -cuenta una anciana- y «creaban problemas: gritaban, pegaban…».

Han construido una piscifactoría en régimen de cooperativa. También han reunido una cantidad suficiente de herramientas y utensilios, que los vecinos pueden pedir prestados para sus trabajos domésticos.

El alcalde del pueblo es ahora uno de los suyos. Si el grupo se mantiene unido, todos los próximos alcaldes lo serán. En este pequeño rincón de la India se ha acabado la corrupción.