Hora de compartir, para todos
La Medalla de Extremadura que el Gobierno regional ha entregado al Cottolengo del Padre Alegre, en Las Hurdes (Cáceres), no es sólo un reconocimiento a las religiosas que le dan vida. «Todos tenemos que descubrir que es la hora de compartir con los más necesitados», afirma monseñor Francisco Cerro, obispo de Coria-Cáceres, en una carta con motivo de este premio. En él, ve un acicate «para poner a prueba nuestra creatividad al servicio de los necesitados»
«Siempre te impacta el entrar en contacto con el mundo del sufrimiento», reconoce monseñor Francisco Cerro, obispo de Coria-Cáceres, al comienzo de la carta que ha escrito con motivo de la entrega de una de las Medallas de Extremadura al Cottolengo del Padre Alegre, en Las Hurdes. «También nos interrogan en el corazón —continúa— estas mujeres, que dedican su vida a los sufrientes, a las personas a las que, probablemente, como no las quieran ellas, poca gente querrá, porque no tienen el canon de belleza del mundo. Son verdaderamente hermanas y madres para todos los dramas que viven los enfermos, los discapacitados, todos aquellos que están crucificados en el dolor y en la inmensa soledad del corazón humano. Su caridad no está en crisis», porque «aceptan y aman a todas las personas que lo pasan mal, a los que no tienen casi ninguna esperanza, los que han vivido, año tras año, insertos en todas las crisis».
Como obispo de Cáceres, don Francisco conoce bien la labor de las Hermanas Servidoras de Jesús, que, con sus voluntarios, «se entregan al servicio de los más desfavorecidos. Aquellos que la Madre Teresa de Calcuta llamaba los más pobres de los pobres. Es verdad que quizás la obra inmensa del Padre Alegre del Cottolengo puede ser una gota en el océano de las necesidades de la gente, pero respondiendo con la Madre Teresa de Calcuta podíamos añadir: ¿Acaso los océanos no están hechos de muchas gotas?».
Monseñor Cerro se hace una pregunta más: «¿Todavía queda tanto por hacer?». La respuesta es sencilla: «En este mundo de tanto sufrimiento, acuciado por crisis tremendas, por hombres y mujeres que no tienen trabajo, por el listón de todas las pobrezas, todos tenemos que descubrir con las Hermanas de Cottolengo que es la hora de compartir con los más necesitados. Entre todos, encendamos y ayudemos a crear una sociedad donde todos nos sintamos responsables de las necesidades de nuestros hermanos. La hermana Virginia lo subrayó al recibir la Medalla: Todo lo humano nos interesa, especialmente los que sufren». Esta llamada —añade el obispo— no es sólo importante por la crisis actual, sino también por la proximidad del Año de la fe. «Esta medalla —concluye— es un buen inicio de curso para poner a prueba toda nuestra creatividad al servicio de los necesitados, como un imperativo de lo que queremos».
Las Hermanas Servidoras de Jesús, del Cottolengo del Padre Alegre fue el sueño —que no vio cumplido en vida— del padre Jacinto Alegre, jesuita, inspirado por la labor de san José Benito Cottolengo en Turín. Tienen seis casas en España, una en Portugal y dos en Colombia. En Las Hurdes, una región marcada históricamente por la pobreza, han cuidado desde su llegada, hace 60 años, a 240 niños y adultos pobres con enfermedades incurables o graves discapacidades. En estos momentos, cinco religiosas y 15 trabajadores atienden a 42 personas. Pero su labor, alimentada sólo por la Providencia, va más allá: pusieron en marcha la primera guardería de Las Hurdes, y un Coto Apícola para relanzar la actividad económica de la zona. También ofrecen su ayuda a las personas que acuden al centro en busca de alimentos y ropa, cuyo número no ha parado de crecer desde el inicio de la crisis.