La ley del amor es la ley de la Iglesia. La Iglesia no puede realizarse como tal si no vive y predica el amor a Dios, y el amor de Dios que no hace distinción de personas. Por eso «toda la actividad de la Iglesia es una expresión de un amor que busca el bien integral del ser humano: busca su evangelización mediante la palabra y los sacramentos…; y busca su promoción en los diversos ámbitos de la actividad humana. Por tanto, el amor es el servicio que presta la Iglesia para atender constantemente los sufrimientos y las necesidades, incluso materiales, de los hombres» (Deus caritas est, 19).
La caridad no es un ejercicio de la Iglesia reservado a algunos especialmente capacitados y dedicados a este servicio. Es un deber de todos y cada uno de los bautizados. El amor a Dios y al prójimo son inseparables. Quien ama a Dios no puede olvidar el amor al prójimo; ambos tienen su origen en Dios que nos ha amado primero y que nos ama siempre. Por tanto, nuestro amor no es una imposición de Dios o un precepto para mayor perfección. Es, sencillamente, una respuesta o una correspondencia lógica y necesaria a Dios que nos ha amado primero.
La Eucaristía es la fuente de la verdadera caridad. Es signo de unidad, es el fundamento y el alimento de la comunidad eclesial. Por tanto, la caridad, que brota de la Eucaristía, debe tener una dimensión eclesial, comunitaria; de tal modo que no quede como un ejercicio particular, sino como la colaboración de cada uno en la obra de la Iglesia, sea a través de la parroquia o de otra comunidad cristiana. El espíritu de caridad, alimentado en la Eucaristía, nos capacita para atender al prójimo.
El mandato del amor fraterno no resulta plenamente lógico desde perspectivas simplemente humanas. Sin fe no es posible descubrir, en el hermano doliente y necesitado, sea conocido o desconocido, amigo o enemigo, agradable o desagradable, su esencial condición de imagen y semejanza de Dios. La caridad exige de nosotros una constante conversión que nos permita vencer todo egoísmo y olvido de los demás, y asumir la entrega generosa de lo que somos y tenemos. Pero este cambio sincero y profundo no es posible si no es movido por la fe.
Obispos de la Comisión episcopal de Pastoral Social
Del Mensaje con motivo del Corpus Christi