Un camino hacia la Pascua
I Domingo de Cuaresma
Nos dirigimos hacia la Pascua. Con la mirada fija en la noche santa de la Pascua de Resurrección empezamos un ciclo de noventa días, que tiene como punto culminante el Triduo Pascual de la pasión, muerte y resurrección del Señor. Por este motivo se interrumpe hasta dentro de tres meses el hilo temático de las lecturas que hemos seguido durante las seis semanas del tiempo ordinario, desde que concluimos la Navidad.
El desierto, soledad y encuentro con Dios
Si un lugar físico nos viene a la mente al pensar en estos 40 días es el desierto. A él hace alusión este tiempo y, en concreto, el Evangelio de este domingo: «el Espíritu empujó a Jesús al desierto». No es complicado averiguar dónde se ubicaba este lugar. El sitio al que Jesús se retiró está en Tierra Santa, al oeste del Jordán y de la zona de Jericó, y está formado por varios valles pedregosos que separan la ciudad de Jericó y Jerusalén en un gran desnivel. Sin embargo, más allá de conocer la posición de este enclave, interesa descubrir el significado del retiro del Señor al desierto. A primera vista estamos ante un lugar de abandono y de soledad. La debilidad del hombre se muestra sin apoyos ni seguridades. Con ello el hombre se hace más vulnerable ante la tentación. Al mismo tiempo, el desierto puede indicar un lugar de refugio y de amparo, en el que experimentar con especial ímpetu la presencia de Dios. Estas dos facetas aparecen con nitidez en la otra gran alusión al desierto de la Escritura: los 40 años que separaron la liberación del faraón de la llegada a la tierra prometida. Allí el pueblo se sentía con frecuencia débil, física y moralmente; pero también tuvo la oportunidad de que Dios le fuese revelado de un modo especial.
Otro modo de comprender la experiencia en el desierto es percibirla como un tiempo especial de preparación. Este es quizá el motivo principal de encontrar este pasaje al comienzo de la Cuaresma: nos preparamos para algo importante. Para Israel, el desierto supuso el tiempo de constitución como verdadero pueblo de Dios. En Jesús, los 40 días en el desierto son el preámbulo para su misión. Así lo constata el pasaje que este domingo leemos. Por eso también a los cristianos se nos invita a una preparación más inmediata de la Pascua mediante 40 días de oración y penitencia, que constituyen un entrenamiento para saborear y vivir con mayor hondura los misterios que confesamos por la fe y celebramos por los sacramentos.
Un itinerario concreto
Podemos decir que algo muere para vivir con mayor fuerza o, de otro modo, que se anticipa el Misterio Pascual, la muerte y la resurrección del Señor a través del «signo sacramental de nuestra conversión», como nos recuerda el Papa en su mensaje para la Cuaresma de este año. En este itinerario, al igual que Jesús, también nosotros somos tentados por Satanás, quien, como continúa el Santo Padre, «es mentiroso y padre de la mentira», «presentando el mal como bien y lo falso como verdadero». Es obvio que en la vida las tentaciones, del tipo que sean, no aparecen solo ni en la Cuaresma ni siquiera en los momentos de especiales dificultades, sino que se suceden a lo largo de toda la vida. Por eso Francisco nos invita a identificar a los «falsos profetas», que están ahí siempre y «aprovechan las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlos adonde ellos quieren». Este engaño no procede solo de «charlatanes». A menudo se trata del dinero, de falsos remedios para el sufrimiento, de relaciones de «usar y tirar» o, incluso, de una vida completamente virtual. Para no dejarnos embaucar por estas estafas contamos con tres instrumentos que nos ayudan a levantar la mirada hacia Dios y a dar la espalda a la mentira de las engañosas propuestas que tantas veces se nos ofrecen. En primer lugar, la oración. Ella educa nuestro corazón para desenmascarar lo engañoso que tantas veces hay en el mundo y puede anidar en nosotros mismos. La limosna nos previene de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano. Por último, el ayuno, que tiene varias funciones; entre ellas, experimentar lo que sienten quienes carecen de lo indispensable y pasan hambre; también nos permite mirar a Dios y sentir hambre y sed de él.
En aquel tiempo, el Espíritu empujó a Jesús al desierto.Se quedó en el desierto cuarenta días, siendo tentado por Satanás; vivía con las fieras y los ángeles lo servían.
Después de que Juan fue entregado, Jesús se marchó a Galilea a proclamar el Evangelio de Dios; decía: «Se ha cumplido el tiempo y está cerca el reino de Dios. Convertíos y creed en el Evangelio».