¿Estás enfadado con Dios? Dile cómo te sientes
¿Cómo puedo rezar cuando las cosas no me van bien?
Querido padre Mike, ¿cómo puedo rezar a Dios cuando me siento defraudado por Él? A menudo me enfado con Dios porque parece que nada de lo que hago sale bien. Parece hipócrita ir a Dios y decirle que todo va bien. ¡Las cosas en mi vida no van bien!
Es una pregunta sorprendente. Estoy seguro de que tu pregunta nace de un corazón que se ha roto de alguna forma. Estate seguro de mis oraciones por ti y por todos los que lean este artículo y estén atravesando un momento difícil. No estás solo. Hay hermanos y hermanas en Cristo, y tienes a un Dios que está de tu parte.
Tu pregunta se concentra en la cuestión más importante que debemos afrontar: ¿podemos fiarnos de verdad de Dios?
El filósofo danés Søren Kierkegaard creía que esta pregunta era tan fundamental que la expresaba de esta forma: «No es tan importante saber si Dios existe o no; lo que cuenta es saber si es amor o no».
Como católico, sabes que Dios es amor. Dado que estás en Cristo, conoces la historia; sabes que Dios ha tomado una decisión. Está de tu parte. Y sin embargo, ¿qué hacemos cuando las cosas se derrumban a nuestro alrededor?
¿Sabes que puedes llevarle tus lágrimas a Dios? ¿Sabes que Él quiere llevarse consigo nuestros corazones rotos y nuestros sueños hechos pedazos? Podemos quitarnos de la cabeza que Dios quiera solo que le contemos nuestras buenas noticias.
Nuestros padres espirituales –el pueblo judío– nos han dado todo un género espiritual llamado Lamentaciones. Es el crudo y honrado llamamiento de un pueblo que grita a Dios: «¡Creíamos que estabas de nuestra parte! ¿Por qué has olvidado tus promesas?».
«¿Por qué nos has abandonado?». Se vuelve a encontrar en la Biblia. Significa que el Espíritu Santo ha inspirado estas palabras de lamento. Significa que está claro que Dios no quiere sólo nuestra alabanza: quiere también nuestro dolor.
Estas mismas oraciones (como las que se encuentran en el libro de los Salmos) nos muestran cómo podemos llevar estas quejas a Dios. En primer lugar son honradas. Los autores de las Sagradas Escrituras no dulcifican su dolor o su frustración. Más bien, confían en Dios lo suficiente como para decirle la verdad. Puedes empezar llevando ante Dios tu situación real.
En segundo lugar, aunque los hebreos eran sorprendentemente conscientes de su situación, nunca olvidaron que Dios les había bendecido en el pasado. En su oración, alababan a Dios y le daban gracias por las cosas buenas que habían recibido de Él.
En base a mi experiencia, es muy fácil pensar que todo lo que Dios hizo en mi vida se borre en seguida cuando me encuentro en un momento negativo. La Biblia nos recuerda que no debemos olvidar que el Dios que nos cuidó en el pasado nos seguirá cuidando hoy.
En tu oración, sé específico con tu alabanza como lo eres con tu dolor. Así, el «Dios, estoy tan solo», al final será seguido de «Gracias por haberme dado la amistad de mi hermano cuando me sentía solo el año pasado».
En tercer lugar, haz un acto de confianza en Dios. Es importante recordar que el acto de confianza no es en uno mismo o en el destino o en el efecto curativo del tiempo. Recuerda, Dios está de tu parte. Él es fiel también cuando nosotros no lo somos. Por esto, pongamos nuestra confianza en él, no en nosotros o en otra cosa.
Un gran ejemplo de esto es el Salmo 3, un salmo de David, rey de Israel. Era el elegido de Dios, y sin embargo sufrió un dolor tremendo y la traición.
El salmo 3 se titula «Amenazado pero confiado», y la frase que describe la ocasión en que David escribió este salmo es: «Cuando David huyó para salvar su vida del hijo Absalón». Este es un hombre que buscaba hacer la voluntad de Dios (de manera imperfecta), mientras que su propio hijo le pisaba los talones con las tropas.
La Biblia no la han escrito individuos sentados en torres de marfil, sino personas que experimentaron lo peor que la vida podía ofrecerles y que sin embargo se volvieron a Dios.
Tu también eres un elegido por Dios. Puedes hacer lo mismo.
Padre Mike Schmitz / Aleteia
Artículo del padre Mike Schmitz publicado originalmente en bulldogcatholic.org y traducido al español por Aleteia.