España despide a Antonio Mingote. «Era, en sí mismo, un género» - Alfa y Omega

Nada hay más extraño en un periódico que un hueco en blanco. En el ABC del pasado 4 de abril, a ese hueco le seguían muchas páginas de sentido homenaje al dibujante don Antonio Mingote, fallecido el día anterior. Pero ninguna de ellas ha expresado mejor lo que significa la muerte de este clásico como ese rectángulo vacío, justo encima de un editorial, donde se afirmaba: «Nadie es insustituible, pero nadie es Mingote». Era el mismo Mingote que, durante casi 59 años —24.000 dibujos—, había enriquecido con sus lápices todas las secciones del diario, sus suplementos, e incluso le había dado muchas de sus mejores portadas. Pasaron propietarios, directores, colaboradores…, pero el lector fiel siempre podía encontrar, cada mañana, a su Mingote.

Un Mingote que debutó en el diario con un guiño burlesco al público, en esa primera viñeta que retrataba a un ávido lector, abandonado por su mujer y tan absorto en la lectura que no se da cuenta de que una bomba va a hacer volar por los aires su desayuno. Con este dibujo empezaba, el día 5, el homenaje del diario; que, hasta junio —aniversario de su llegada a esas páginas— recordará sus mejores dibujos.

No han faltado homenajes en otros periódicos. Mingote, que a tantos grandes había despedido con sus viñetas fúnebres —algunas de ellas recogidas en el libro Serán ceniza, mas tendrán sentido—, ahora enmudecía y dejaba que fueran las viñetas de otros las que lo despidieran a él: Forges (El País), Borja Montoro (La Razón), La Tira de los Clones (La Gaceta)… En El Mundo, Idígoras y Pachi le retratan colando en el cielo a algunos de sus personajes más célebres, como el político Gundisalvo, el troglodita, y uno de esos vagabundos que Mingote con tanto cariño retrataba.

«Un tipo que está leyendo un libro…, ésos son los chistes que más me gusta hacer, más que los chistes políticos. (…) Me debo a la actualidad y la política está siempre de actualidad. Pero yo prefiero los chistes que no son políticos», había dicho don Antonio en su última entrevista a ABC. Quizá por eso consideraba que Hombre solo, colección publicada por primera vez en 1970, contenía los dibujos por los que quería ser recordado. En El Mundo, Luis María Anson sitúa la obra «entre los diez mejores libros del siglo XX español», compartiendo ranking con García Lorca, Unamuno, Zubiri, Menéndez Pelayo, Delibes, Vicente Aleixandre

Dibujar, dibujar, dibujar…

No está mal para alguien que decía de sí mismo: «Siempre, siempre dibujar, en toda mi vida. No recuerdo otra cosa. Es lo único que he hecho toda mi vida. Dibujar, dibujar, dibujar». Y dibujó; dibujó cada día en el periódico, y dibujó su Historia de la gente, y dibujó sobre ciencia, y dibujó —nada menos que en 600 láminas— El Quijote. Pero también escribió novelas policíacas, del Oeste, y rosas; y guiones de teatro, y también de cine. Era académico de la Lengua; había recibido incontables premios, y el rey lo había homenajeado haciéndole marqués de Daroca, el pueblo de su infancia.

Con todo, don Antonio presumía de que su mayor riqueza era poder presumir de unos «amigos extraordinarios». Todos ellos —Alfonso Ussía, Antonio Burgos…— lo han recordado estos días. En su ABC, Ignacio Camacho afirmaba: «Era, en sí mismo, un género, periodístico y literario. Criticaba sin insultar, caricaturizaba sin ridiculizar, denunciaba sin gritar; con una infinita elegancia, con una delicada elocuencia, con una distinguida perspicacia».

«Durante 70 años —escribía también Anson—, Antonio Mingote ha sabido vendar con su lápiz las heridas del pueblo. Ha sido capaz de resumir en una viñeta el subconsciente colectivo, lo que piensan centenares de miles de ciudadanos. Mingote colocó un espejo delante de la sociedad española para reflejarla como es, para explicarnos, con humor y ternura, cómo somos. Nunca le escuché una palabra de rencor, jamás una invectiva. Mingote era sustancialmente un hombre bueno, al estilo de Machado, incapaz de hacer daño a nadie, generoso en el juicio, dispuesto siempre a sufrir las flaquezas del prójimo». Estos retratos justifican por qué, por encima de todo eso, don Antonio Mingote era grande. Te echaremos de menos. Descansa en paz.