En vigilante espera
I Domingo de Adviento
Vivimos en un mundo acostumbrado a programar y prever todo. Tanto desde el punto de vista personal como comunitario es necesario que para la correcta organización de la vida individual o colectiva nos anticipemos a los futuros acontecimientos, sean posibles o probables. La anticipación a las situaciones, pues, es importante y nada hay de censurable en ello. Sin embargo, la misma realidad nos muestra que no es posible dominar de una manera absoluta los hechos que sucederán. Aunque se quiera, no se pueden pronosticar completamente los fenómenos de la naturaleza ni, mucho menos, el comportamiento del ser humano. Muestra de ello es la ya habitual sorpresa ante la variación de resultados económicos o electorales en relación con las estimaciones previas. Por otra parte, ciertos acontecimientos dolorosos, tales como una enfermedad o la pérdida de un ser querido, confirman con mayor densidad y dramatismo que, en términos absolutos, el devenir de nuestra vida se nos escapa.
Llamada a estar en vela
La vigilancia, a la que nos exhorta el tiempo de Adviento y, en particular, el pasaje evangélico propuesto por la liturgia de este domingo, nos advierten de que no todo en la vida es programable o pronosticable. Este período, que comenzamos el próximo domingo, se nos presenta como un tiempo de vigilante espera. Aunque en nuestras calles se funciona como si la Navidad hubiera llegado desde hace unos días, el Evangelio no nos habla hoy de la primera venida del Señor. El sentido del Adviento no se detiene únicamente en una mera preparación de la conmemoración del nacimiento del Salvador. En sus primeras semanas, este tiempo se nos ofrece, ante todo, como una preparación para la llegada del Hijo del hombre, tanto en el día a día de nuestra vida, como al final de los tiempos, en su venida definitiva como Señor y juez. Por eso, Jesús nos pide mantener la atención invitándonos a estar en vela, ya que no conocemos cuándo será la aparición definitiva del Señor. De hecho, el Evangelio nos presenta su venida como algo repentino que nos exige estar completamente despiertos. El hecho de vigilar no se refiere a vivir con desasosiego interior, como si el Señor viniera a robarnos algo de la paz con la que debemos enfrentar la vida, sino a no dejarnos embaucar y atrapar por tantos asuntos irrelevantes (la comida o la bebida de la que nos habla el texto evangélico), que, de no estar vigilantes, pueden centrar toda nuestra atención, desviándola de lo verdaderamente importante en nuestra vida. Así es como podremos estar preparados para ese momento en el que habremos de dar cuentas a Dios: «uno será tomado y otro dejado […] una desaparecerá y otra quedará».
La preparación de un encuentro
No comenzamos este nuevo tiempo únicamente como quien se dispone a preparar una visita o un importante aniversario. No se trata solamente de revivir el nacimiento de nuestro Salvador. Se nos invita de nuevo a contemplar el misterio de Cristo, presente en la historia del hombre. Hemos de ser conscientes de que estamos ante un tiempo privilegiado para preparar ese encuentro con el Señor. Ahora bien, ¿cómo hemos de preparar ese encuentro? En primer lugar, pidiéndole a Dios, como lo hacemos al comienzo de esta celebración eucarística, que avive en nosotros el deseo de salir al encuentro de Cristo, acompañados por las buenas obras. El Evangelio nos asegura que el Hijo del hombre vendrá. No es una posibilidad, sino una realidad segura en un futuro más o menos lejano. Como consecuencia, debemos caer en la cuenta de que el único eterno es Dios; nuestro tiempo es, en cambio, limitado.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Cuando venga el Hijo del hombre, pasará como en tiempo de Noé. En los días antes del diluvio, la gente comía y bebía y se casaban los hombres y las mujeres tomaban esposo, hasta el día en que Noé entró en el arca; y cuando menos lo esperaban llegó el diluvio y se los llevó a todos; lo mismo sucederá cuando venga el Hijo del hombre: dos hombres estarán en el campo, a uno se lo llevarán y a otro lo dejarán; dos mujeres estarán moliendo, a una se la llevarán y a otra la dejarán. Por tanto, estad en vela, porque no sabéis qué día vendrá vuestro Señor. Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora de la noche viene el ladrón, estaría en vela y no dejarla abrir un boquete en su casa. Por eso, estad también vosotros preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».