El verdadero sentido de las procesiones de Semana Santa. Con Cristo, hacia la Cruz
Las procesiones de Semana Santa no son una atracción turística, ni se pueden reducir a una manifestación folklórica de la piedad popular. Enmarcadas dentro del itinerario de la Cuaresma, son una expresión de gran contenido religioso; nacidas de la fe cristiana, en ellas el pueblo de Dios, la Iglesia, se pone en camino para acompañar a Jesucristo hacia el Calvario. Escriben dos expertos en protocolo:
La Cuaresma no es, bajo ningún concepto, un momento de tristeza y sufrimiento. Es un camino de gracia que se concede al ser humano para acercarse más a Dios, invitarlo a entrar en su vida y convertirlo en el centro de su existencia. Esto no supone, en modo alguno, que se deba vivir con tristeza, sino con la alegría, el gozo y la esperanza del Domingo de Resurrección.
Esto lo entienden muy bien las cofradías de nuestra tierra. A lo largo del año, se han ido preparando para este importante tiempo litúrgico, y es precisamente en esta época cuando el espíritu cofrade se manifiesta con más fuerza. Acompañan al Crucificado en el momento de su condena, comparten con Él la angustia, el miedo y la ansiedad en el Monte de los Olivos y, junto a Él, sufren la soledad de la crucifixión. Otros lo viven desde la perspectiva de su Madre, y participan en el dolor de ver cargando a su Hijo con la cruz, con nuestras dolencias y pecados, y todo ello sin abrir la boca, como cordero llevado al matadero.
El cuidado de los signos
La Iglesia católica cuenta con una liturgia muy definida para la celebración de la Cuaresma. Como siempre, la Iglesia cuida al máximo la forma de hacer las cosas en todas y cada una de sus celebraciones, pues, según el Catecismo de la Iglesia católica, la liturgia es acción del Cristo total, y recuerda que es un anticipo «de la liturgia del cielo, donde la celebración es enteramente Comunión y Fiesta».
La Iglesia es especialmente cuidadosa y reconoce el valor pedagógico de los signos. Por ejemplo, el morado de las casullas cuaresmales se identifica con la austeridad, la penitencia y el dolor, característicos de este tiempo. Además, estos cuarenta días morados existen por la luz y la alegría que vendrá con la Pascua de Resurrección, momento en que el velo del Templo se rasgará definitivamente y quedará abierto el acceso de los creyentes al Sancta Sanctorum, cuya entrada estaba permitida únicamente al Sumo Sacerdote, antes del sacrificio de Cristo.
Las procesiones son un elemento muy importante en este tiempo. Los costaleros, al llevar los pasos, emulan al Nazareno en su camino hacia el Calvario, mientras los saeteros desgarran la oscuridad de la noche entonando oraciones sentidas al compás de las horquillas.
Curiosamente, las procesiones no forman parte de la liturgia reglada de la Iglesia; son actos expresivos del fervor popular. La Iglesia las reconoce como un medio válido para «impulsar la piedad de los fieles, o para conmemorar los beneficios de Dios y darle gracias, o para implorar el auxilio divino». El Ceremonial de los obispos recuerda que se deben celebrar con la piedad debida.
Las procesiones tienen, también, su propio protocolo, entendido como ceremonial. Por medio de él, se ordenan los actos y se disponen los elementos para transmitir correctamente el mensaje salvífico.
El protocolo de las procesiones exige que éstas se abran con la cruz, acompañada por dos candeleros con cirios encendidos. Para el caso en que se utilice incienso, la antecede el turiferario, con incensario humeante. El lugar asignado a la Cruz expresa la preeminencia de la crucifixión en la obra redentora. La Cruz, a su vez, recuerda las escenas más impactantes de la obra salvadora expresada en cada uno de los pasos que forman la procesión.
Sentimiento y necesidad
Las procesiones son un elemento importante de nuestra cultura popular. Los no creyentes las ven como un ingrediente más de nuestro modo de ser, sin darse cuenta de que las celebraciones de este tiempo son muestra de un sentimiento y de una honda necesidad. La Cuaresma es un tiempo de interioridad e interiorización: es el momento en que el hombre, viviendo en el desierto del mundo, se vuelve sobre sí mismo para acabar descubriendo la necesidad de Dios y la urgencia de que actúe en su vida. Esto sólo se puede hacer mediante la aceptación del señorío de Cristo en nuestra existencia.
La Iglesia ha reconocido el valor catequético de las procesiones y el profundo sentir de las cofradías, expresado en sus pasos de Semana Santa. Todo esto exige un orden, un protocolo, un ceremonial; es decir, una liturgia, que acompañe a los creyentes en su camino a la Jerusalén Celestial.
Pilar Orihuela
José Babé