El verdadero hogar - Alfa y Omega

El verdadero hogar

Alfa y Omega
Celebración de la Misa, en la peregrinación a la ermita de la Virgen del Mar, de Torregarcía, en Almería, el pasado mes de enero.

«Por la fe, muchos cristianos han promovido acciones en favor de la justicia, para hacer concreta la palabra del Señor, que ha venido a proclamar la liberación de los oprimidos y un año de gracia para todos»: estas palabras del Papa Benedicto XVI, en su Carta de convocatoria del Año de la fe, que ya estamos viviendo desde el 11 de octubre pasado, expresan sin duda el leitmotiv del Día de la Iglesia Diocesana que se celebra este domingo: La Iglesia contribuye a crear una sociedad mejor. La Historia, ya de dos milenios, no ha dejado de mostrarlo. Es un hecho que «la Iglesia ha contribuido, a pesar de sus fallos y sombras —escribe el cardenal arzobispo de Madrid en su Carta para este Día—, a desarrollar las sociedades donde se ha implantado sacando lo mejor de los hombres y de sus culturas en todos los niveles de la vida social». Lo cual pone de manifiesto la Presencia en la Iglesia de Uno más grande y más fuerte que los hombres: Dios mismo hecho hombre, que habita entre nosotros, todos los días hasta el fin de los tiempos. Esto, justamente, es la Iglesia, el Cuerpo visible de Cristo, extendido por toda la tierra, y que, lejos de disolverse en el anonimato de una masa informe e imprecisa, se realiza en el calor de un hogar donde a cada uno se le conoce por su nombre, sin separarlo de su vida cotidiana, ¡todo lo contrario!, pues le ayuda a vivirla sin cerrar el horizonte infinito que reclama el corazón, al tener las puertas abiertas de par en par a la Humanidad entera. He aquí la Iglesia diocesana, y su más inmediata concreción que es la parroquia.

Vale la pena recordar la clara y bella descripción que, en la Exhortación apostólica Christifideles laici, de 1988, hace Juan Pablo II: «La comunión eclesial, aun conservando siempre su dimensión universal, encuentra su expresión más visible e inmediata en la parroquia. Ella es la última localización de la Iglesia; es, en cierto sentido, la misma Iglesia que vive entre las casas de sus hijos y de sus hijas». Mucho antes, en 1965, mostrando cómo la Iglesia lleva en sí la presencia viva de Cristo, es en verdad su Cuerpo visible, aquí y ahora, el entonces arzobispo de Cracovia Karol Wojtyla decía así en un poema: «Donde Tú no estás, allí sólo existe gente sin casa». Gente, por tanto, sin hogar, sin vida realmente humana, donde la ausencia de amor, las injusticias y las consiguientes crisis, económicas, laborales y de todo tipo, están servidas. Por eso, su sucesor en la sede de Pedro, al convocar el Año de la fe, no duda en señalar como raíz de todas las crisis la crisis de fe, y como camino para superarlas, por tanto, la revitalización de la fe, es decir, el reconocimiento cada vez más vivo y palpable de Jesucristo, y su seguimiento fiel allí donde está, en su Cuerpo visible que es la Iglesia, llamada justamente a la conversión cada día más profunda a su Maestro y Señor, de modo que todos puedan verlo, y seguirlo. Lo decía ya con toda claridad Benedicto XVI en su discurso a la Asamblea plenaria del Consejo Pontificio para los Laicos, del año 2006, al afirmar, con referencia a la parroquia, esa «expresión más visible e inmediata» de la Iglesia diocesana, que su renovación «no puede ser resultado sólo de oportunas iniciativas pastorales, por más útiles que sean, ni de programas elaborados en despachos… La parroquia se redescubre en el encuentro con Cristo, especialmente en la Eucaristía».

El mundo, como reza el lema del Día de la Iglesia Diocesana de este año, necesita, ciertamente, la contribución de la Iglesia para crear una sociedad mejor, y la razón ha de mostrarse con toda claridad, como hace en su Carta para este Día el cardenal arzobispo de Madrid: «La Iglesia lleva en su misma entraña el bien del hombre y el desarrollo de los pueblos, porque lleva al mismo Cristo y el bien integral de la persona humana que Cristo nos ha traído con su alianza». No es algo casual que, en estos momentos de tan grave crisis económica, especialmente en nuestra España, donde no dejan de crecer cada día la pobreza y el desamparo, los más necesitados encuentren la ayuda más segura y eficaz, precisamente, en Cáritas, en la Iglesia. No tiene nada de extraño. Como explica el Papa Benedicto XVI en su encíclica Caritas in veritate, de 2009, «el compromiso por el bien común, cuando está inspirado por la caridad, tiene una valencia superior al compromiso meramente secular y político. Como todo compromiso en favor de la justicia, forma parte de ese testimonio de la caridad divina que, actuando en el tiempo, prepara lo eterno. La acción del hombre sobre la tierra, cuando está inspirada y sustentada por la caridad, contribuye a la edificación de esa ciudad de Dios universal hacia la cual avanza la historia de la familia humana. En una sociedad en vías de globalización, el bien común y el esfuerzo por él, han de abarcar necesariamente a toda la familia humana, es decir, a la comunidad de los pueblos y naciones, dando así forma de unidad y de paz a la ciudad del hombre, y haciéndola en cierta medida una anticipación que prefigura la ciudad de Dios sin barreras».

No sólo la Iglesia no es ajena a la vida del hombre, sino que es su verdadero hogar.