El trabajo de la Iglesia en Marruecos con los inmigrantes subsaharianos. Nunca llegaron hasta el mar
Miles de subsaharianos llegan a suelo marroquí, tras un largo viaje en el que sufren toda clase de vejaciones y violencia. Marruecos no es el fin de su calvario. Muchos se quedan, por la dificultad de llegar hasta el mar, o por miedo a regresar a sus países. Pero la estancia es difícil. La diócesis de Tánger, encabezada por el obispo español monseñor Agrelo, y de la mano de la también española sor Inmaculada, los escucha, acompaña y lucha por mejorar su dignidad de vida
Marruecos es a Europa lo que México al continente americano: el lugar de paso de quienes buscan el sueño europeo. Allí, cientos de vidas se truncan cada día, tras sufrir horas y horas de periplo por el hostil desierto. Algunos consiguen cruzar el país, y quién sabe si lograrán enfrentarse al temible mar. Pero otros se quedan. Tienen miedo de volver al calvario de cruzar África para retornar a casa: «Son personas que, llenas de ilusiones y esperanzas, lo arriesgan todo por un sueño: vivir con dignidad, en libertad, en paz. El sueño de ayudar a su familia en su origen. El sueño que tiene todo ser humano de crecer y mejorar», explica la hermana Inmaculada Gala, española encargada de coordinar el trabajo con inmigrantes en Tánger y otros pueblos marroquíes.

Las personas que emprenden el viaje son plenamente conscientes de que el proceso migratorio tiene más sombras que luces. Pero «para el dolor y el sufrimiento, para el hambre y la pobreza, para las consecuencias de las guerras, no existen fronteras, ni vallas, ni leyes de inmigración», afirma.
Ante un futuro prometido incierto, la Hermana reconoce: «Es difícil que cejen en su empeño. Es un fracaso regresar a su país con las manos vacías, con los sueños rotos y las esperanzas frustradas». Y añade: «Por muy oscuro que sea el futuro que los espera en España, creen que siempre será mejor que el que viven en sus países».
La Iglesia que acompaña en Tánger
La Iglesia en Tánger se vuelca en la atención y acompañamiento a estos valientes, a los pocos, que llegan hasta Marruecos y no mueren o son detenidos por el camino. Lo hacen a través de servicios como el de las Horas de la escucha: un espacio de atención directa, donde la Hermana Inmaculada atiende a los que necesitan ayuda. «Son historias personales llenas de dolor y gozo, a través de las cuales Dios se hace presente y nos dirige su Palabra. Palabra que interpela cada día nuestro hacer diario», afirma la religiosa, que cada día atiende a más de 20 personas. Después, se acompaña cada caso, para hacer gestiones de salud, documentación, alquiler… «Hay casos de todo tipo», explica la hermana: «Desde los inmigrantes engañados, coaccionados y traficados, hasta la inmigración autónoma que decide invertir todos sus ahorros y posesiones, incluso pedir préstamos».
Incomprensión en Europa
Para la Hermana Inmaculada, la solución al problema está en «transformar la realidad, haciendo de la tierra una casa habitable para todos». Pero esta respuesta pasa por una concienciación global: «Sólo hay que escuchar cómo denomina la Comisión Europea a los inmigrantes: los llaman clandestinos, y al movimiento migratorio invasión. Su única preocupación es protegerse de esta situación levantando vallas cada vez más sofisticadas y creando leyes que violan los derechos humanos». Así —continúa—, «nos encontramos con la externalización de su política migratoria, que consiste en obligar a asumir, por las buenas o las malas, la protección de sus fronteras a los vecinos próximos al Sur, por medio de diversos acuerdos y a cambio de finanzas. Estos países aceptar ser zona tapón, instalando alambradas, extendiendo sus dispositivos policiales, para intentar disuadir y frenar a las nuevas migraciones y mostrar su voluntad de cooperación con la Unión Europea y hacer aumentar su cotización. Todo esto saltándose y no cumpliendo ni los convenios internacionales ni los derechos fundamentales de las personas».

«Soy una mujer de 30 años, inmigrante subsahariana en Marruecos. No voy a decir mi nombre ni mi país. Creo que lo más importante es decir que soy mujer, persona. Salí de mi país hace tres años para mejorar mi situación, pues en mi país no tenemos lo suficiente para vivir.
Llegué a Marruecos, pero a un duro precio: me han maltratado y violado en varias ocasiones. He deseado regresar a casa en muchos momentos, pero el miedo a retroceder sola me lo ha impedido. He intentado cruzar el Estrecho dos veces en patera, la primera nos detuvieron antes de salir y me llevaron a Oujda. Yo estaba embarazada y lo pasé muy mal. La segunda vez, la patera se hundió. En Oujda tuve a mi hija y no quiero que ella pase por todo lo que yo he pasado. Voy a regresar a mi país.
Las personas de la Delegación de Migraciones me han ayudado a comprender que no merece la pena arriesgar la vida y sufrir tanto cuando tengo a mi familia y mi casa en mi país. Aunque en todo este camino he vivido con mucho dolor y sufrimiento, también me he encontrado con muchas personas buenas que me han ayudado y me han escuchado. Gracias».