El dolor de la dignidad - Alfa y Omega

Estaba en mi cuarto deshojando la margarita para decidir el orden en que iba a visitar esta tarde las plantas del hospital, cuando me entró una nueva notificación del Facebook en la que pude ver un suceso acaecido hace unos días, donde los implicados se encontraban en la UCI. Allí me encaminé sin perder más tiempo.

Pude hablar muy poco con ellos. Aunque la gravedad había pasado, la situación aún era crítica y el personal sanitario estaba muy pendiente de ellos, administrándoles la medicación y los cuidados que precisaban. Cuando pregunté a Juan qué tal se encontraba, pude comprobar que las lágrimas afloraron en sus ojos. Su respuesta me desconcertó, era la primera vez que la oía en los ocho años que llevo trabajando como capellán en el hospital: «Lo que me duele es mi dignidad». Cerrando los ojos, dejó que por sus mejillas resbalaran sus lágrimas. Y yo solo pude hacer silencio mientras la enfermera lo trasladaba para realizar una nueva prueba, necesaria para determinar con más precisión el alcance de su lesión. Qué duro debe de ser el dolor de la dignidad; hace llorar a un hombre como si de un niño indefenso se tratara.

Me puse a visualizar de nuevo a aquel hombre tumbado en el box de UCI: la cama rodeado de goteros, cables y máquinas de todo tipo para controlar sus constantes vitales… En aquella cama no había sitio ni para el pasado, ni siquiera para el futuro, ni para la foto de la madre, la esposa, los hijos, y mucho menos para colocar a la patrona del pueblo.

Cómo devolver la dignidad al ser humano que, además de su enfermedad, ha caído en una profunda tristeza y desesperación.

Cuanto mayor es el dolor de la dignidad, más difícil resulta para ellos encontrar la paz. Esa paz que encuentran los que son capaces de pedir y recibir perdón pero, sobre todo, los que son capaces de perdonarse a sí mismos y no condenarse por sus errores del pasado. Los que son capaces de cambiar la tristeza en la alegría que da la dignidad de ser y sentirse auténticos hijos de Dios, que han tenido la suerte de encontrarse y creer en la palabra de Cristo Resucitado que les ha dicho: «Mi paz os dejo, mi paz os doy».