Lo extraordinario - Alfa y Omega

«Mamá, me quiero ir a casa de los abuelos». Este suele ser el pan nuestro de cada fin de semana. No solo porque allí es la reina —que lo es—, sino porque adora las rutinas sabaderas. Ir a por el pan con el abuelo y pasar por el quiosco a por el periódico; acompañar a la abuela a comer chocolate con churros con sus amigas. Y, por la noche, durante la cena, la videollamada a la abuela de Santander para explicar con pelos y señales lo que ha hecho durante el día y lo que está cenando. El buen uso de la tecnología, que nos acerca con imagen y voz a aquellos con quienes no podemos compartir la jornada. Los domingos por la tarde, los amigos de la urba vencen a los abuelos. No hay planes pensados un mes antes ni grandes inventos de entretenimiento. Sencillamente una llamada —¡incluso al telefonillo!— y todos abajo con la bicicleta, el balón o los muñecos. Los niños a correr y los padres a compartir las alegrías y penas de la semana. Y es con esta sencillez, como la que propuso el Papa en su encuentro con los abuelos y nietos y comparte la autora del libro de nuestra contraportada —que pone sentido común a la crianza—, donde queremos transitar. Para hacer, de lo ordinario, algo extraordinario.

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