El cumplimiento de los mandatos del Señor - Alfa y Omega

El cumplimiento de los mandatos del Señor

V Domingo del tiempo ordinario

Daniel A. Escobar Portillo
‘El Mesías da una nueva ley’. Vidriera en la iglesia de San Andrés y San Jorge, Edimburgo (Escocia)
El Mesías da una nueva ley. Vidriera en la iglesia de San Andrés y San Jorge, Edimburgo (Escocia). Foto: Lawrence OP.

Prosiguiendo con la lectura del sermón de la montaña, en los capítulos del 5 al 7 de san Mateo, tanto en este domingo como en el siguiente Jesucristo se sitúa en continuidad con la ley y los profetas. Es un punto de partida que no se puede pasar por alto. Jesús conocía bien la Sagrada Escritura, formulada en lo que hoy llamamos Antiguo Testamento. Para Él tiene una vital importancia, conforme revela su detallado manejo de la Palabra de Dios a través de abundantes referencias y comparaciones al hilo de sus enseñanzas. Pero ante todo, el Señor quiere presentarse a sí mismo como el que cumple y lleva a término cuanto había predicho la Escritura sobre el Mesías. A medida que vamos leyendo el Evangelio, descubrimos que la esperanza de Israel no se realiza únicamente porque en Jesús se lleven a término algunos oráculos mesiánicos. Todo el Antiguo Testamento nos dirige hacia Jesucristo. Según se fue desarrollando el cristianismo, iba apareciendo con más claridad que la primera alianza era, en realidad, una preparación y anticipo de cuanto luego se produjo en Cristo. Sin embargo, esta verdad no fue siempre admitida pacíficamente por los fieles, pues había quienes quisieron ver una oposición entre un «Dios del Antiguo Testamento» y el «Dios de Jesucristo», algo que llevaba incluso a desechar la lectura de textos del Antiguo Testamento en las asambleas litúrgicas. Esta posición, claramente negada por la Iglesia, tiene el riesgo todavía hoy de tomar cuerpo cuando se confunde la superación realizada por Jesucristo con una incompatibilidad entre ambos testamentos. Cada vez que se caricaturiza con rasgos negativos la imagen de Dios en el Antiguo Testamento se está dando alas a esta postura, claramente incompatible con el pasaje que escuchamos este domingo. En él, Jesús nos hace ver que la revelación de Dios a los hombres es progresiva y que el «se dijo […] pero yo os digo» expresa: primero, la autoconciencia divina de Jesús, que es capaz de colocarse por encima de la ley; segundo, la utilidad pedagógica de la ley para «dar plenitud» a la misma desde la propia enseñanza del Salvador. No es, por tanto, admisible defender, basándose en este capítulo, una contradicción entre ambas leyes, como si la primera fuese falsa y la segunda verdadera. Por eso el Señor afirma que «quien los cumpla y los enseñe (los preceptos de la ley) será grande en el reino de los cielos», al mismo tiempo que reprende severamente a quien «se salte uno solo de los preceptos menos importantes».

La plenitud de la ley en la justicia

A continuación Jesús se refiere a la justicia de los hombres, de la cual indica que ha de ser mayor que la de los escribas y fariseos. Desde luego, con la insistencia en el cumplimiento de «hasta la última letra o tilde de la ley», el Señor no aboga por el habitual modo externo y legalista según el cual los dirigentes jurídicos y religiosos de Israel ejecutaban el conjunto de los preceptos divinos. La justicia ha de ser entendida principalmente como la realización de la voluntad de Dios. Por eso Jesús dirige su atención no hacia una ley de mínimos, sino a lo que nace de lo profundo del hombre, al corazón, tal y como se destaca en la explicación del adulterio, al señalar que «el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón». Precisamente, para llevar a cabo lo que Dios quiere, el pasaje pide actuar con decisión, evitando cuanto es impedimento para la obediencia a los mandatos del Señor. Esto es lo que se precisa con la frase «más te vale perder un miembro», que no señala sino la relevancia que tiene tomarse en serio cuanto ha sido revelado por Dios. El pasaje de este domingo es, en definitiva, una llamada a descubrir y vivir con radicalidad, convicción y profundidad interior cuanto Dios ha sembrado en nuestro corazón y nosotros descubrimos a través de la escucha de su Palabra.

Evangelio / Mateo 5, 17-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «No creáis que he venido a abolir la ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud. En verdad os digo que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la ley. El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Porque os digo que si vuestra justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: “No matarás”, y el que mate será reo de juicio. Pero yo os digo: todo el que se deja llevar de la cólera contra su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano “imbécil”, tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama “necio”, merece la condena de la gehenna del fuego. Por tanto, si cuando vas a presentar tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda.

Habéis oído que se dijo: “No cometerás adulterio”. Pero yo os digo: todo el que mira a una mujer deseándola, ya ha cometido adulterio con ella en su corazón. Si tu ojo derecho te induce a pecar, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en la gehenna. Si tu mano derecha te induce a pecar, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero a la gehenna.

Se dijo: “El que repudie a su mujer, que le dé acta de repudio”. Pero yo os digo que si uno repudia a su mujer –no hablo de unión ilegítima–  y se casa con otra, comete adulterio.

También habéis oído que se dijo a los antiguos: “No jurarás en falso” y “cumplirás tus juramentos al Señor”. Pero yo os digo que no juréis en absoluto. Que vuestro hablar sea sí, sí, no, no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno».