El Camino - Alfa y Omega

El Camino

«Quiero recordar de modo particular a las 400 jóvenes religiosas de vida contemplativa de España, que me han manifestado sus deseos de estar presentes en este encuentro. Sé ciertamente que están…

Alfa y Omega
1989: san Juan Pablo II, peregrino, llega a la catedral de Santiago. A la derecha, el entonces arzobispo de Santiago, monseñor Rouco

«Quiero recordar de modo particular a las 400 jóvenes religiosas de vida contemplativa de España, que me han manifestado sus deseos de estar presentes en este encuentro. Sé ciertamente que están muy unidas a todos nosotros a través de la oración en el silencio del claustro. Hace siete años, muchas de ellas asistieron al encuentro que tuve con los jóvenes en el Estadio Santiago Bernabeu de Madrid. Después, respondiendo generosamente a la llamada de Cristo, le han seguido de por vida»: se lo decía el Papa san Juan Pablo II a los cientos de miles de jóvenes reunidos en el Monte del Gozo para celebrar la JMJ de Santiago 1989, la noche del 19 de agosto. A continuación proponía «como modelo de seguimiento de Cristo la encomiable figura de Rafael Arnáiz, oblato trapense fallecido a los 27 años en la abadía de San Isidro de Dueñas, un joven, como muchos de vosotros, que acogió la llamada de Cristo y le siguió con decisión». En 1992, el mismo Santo Padre lo beatificó; su sucesor, Benedicto XVI, lo canonizó en 2009, y en seguida lo proclamó Patrono muy especial para la JMJ de Madrid 2011. Todo un signo del camino abierto en Compostela hace ahora justamente 25 años, y que no ha dejado de abrirse más y más en el seguimiento ininterrumpido de Jesucristo por una juventud nueva, vivo testimonio del auténtico cristiano, tan magistralmente descrito por el propio Benedicto XVI, cuando al comienzo de su primera encíclica, Deus caritas est, deja claro que no se llega a ser cristiano «por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva». Como se dice en la portada de este número de Alfa y Omega, en Santiago 1989, verdaderamente, la JMJ inicia el Camino.

Lo anunciaba ya el Papa santo en el Mensaje para esta JMJ 1989: «Tendrá como punto central a Jesucristo en cuanto es nuestro Camino, Verdad y Vida. Por consiguiente, deberá ser –para todos vosotros– la Jornada de un nuevo, más maduro y más profundo descubrimiento de Cristo en vuestras vidas… Descubrir a Cristo, nuevamente, y cada vez mejor, es la aventura más maravillosa de nuestra vida», recordando después que «Santiago de Compostela no es sólo un santuario; es también un camino. ¡El Camino de Santiago!», que lleva consigo la experiencia de la peregrinación, imagen insuperable del recorrido de la vida, que alcanza la meta de su plenitud, ¡la Verdad y la Vida!

En la Vigilia del Monte del Gozo, explicaba Juan Pablo II que «la palabra camino está muy relacionada con la idea de búsqueda», y «¿Qué buscáis, peregrinos?», preguntaba la Encrucijada de los caminos, en la escenificación que tuvo lugar esa noche. «Con las mismas palabras de Cristo –dijo el Papa a los jóvenes– os pregunto yo: ¿Qué buscáis? ¿Buscáis a Dios? El cristianismo –les añadió– resalta algo todavía más importante: es Dios quien nos busca. Él nos sale al encuentro». Lo dijimos en estas mismas páginas, bajo el título La Meta se hizo camino, con ocasión del Congreso Eucarístico Nacional de Santiago, en 1999: «Respecto al sentido de la vida, Kafka reconocía que existe la meta, pero no hay camino. El Camino de Santiago significa un rotundo mentís a la desesperación kafkiana de experimentar el deseo infinito de una meta inalcanzable. Sartre decía lo mismo: El hombre es una pasión inútil. Pero ¿y si la meta se hace camino? Justamente esto es lo que viene proclamando la Iglesia desde hace dos mil años».

La Verdad y la Vida, sí, el Hijo eterno del Padre se ha hecho Camino, para todos y cada uno de los hombres, «el cual os invita a todos –dijo claramente san Juan Pablo II en el Monte del Gozo– a seguirlo con amor. Es una llamada universal». Al inicio de la Vigilia se lo había dicho a cada grupo de jóvenes en su propia lengua; a los de lengua alemana, tras esta invitación a seguir a Cristo, los llena de esperanza: «Así encontraréis vuestro ser auténtico, que no lo garantiza el poseer, y descubriréis la experiencia interior de haber recibido un gran don». ¡El Don que es Cristo mismo! Y se encarna en las dos formas de seguirle. Explicó el Papa que, «en la dimensión de don, se presenta la perspectiva de una vocación humana y cristiana. Esto es importante, sobre todo, para la vocación religiosa, en la que un hombre o una mujer, profesando los consejos evangélicos, dan un testimonio particular del amor de Dios por encima de todo y recuerdan a cada uno la llamada común a la unión con Dios en la eternidad».

Y el Papa de la familia, como lo llamó el Papa Francisco en la Misa de su canonización, se explayó subrayando que «la llamada de Cristo no se dirige sólo a religiosas, religiosos y sacerdotes. ¡Llama a todos!, también a quien, sostenido por el amor, se encamina a la meta del matrimonio… En el amor que brota del encuentro de la masculinidad con la feminidad se encarna la llamada de Dios mismo, que ha creado al hombre a su imagen y semejanza precisamente como hombre y mujer». Con especial fuerza, añadió: «¿Estáis dispuestos a seguir la llamada de Cristo a través del sacramento del Matrimonio, para ser procreadores de nuevas vidas, formadores de nuevos peregrinos hacia la ciudad celeste? ¡El matrimonio cristiano es un misterio de fe! ¡La familia es un misterio de amor!».

He ahí el Camino, que en Santiago 1989, sin duda, tuvo un nuevo inicio, y sigue abierto hoy, y para siempre.