Muertos, heridos, destrucción y desolación, han sido una vez más el balance trágico de un fuerte terremoto de 7,1 grados de magnitud, en Filipinas. Son muchas las familias que han tenido que abandonar sus casas, y cientos los prófugos y refugiados. A todos, el Santo Padre ha hecho llegar su oración, su condolencia y su cercanía, tanto más necesaria cuanto que las islas filipinas quedan muy lejos del mundo occidental, y a veces da la impresión de que, como quedan tan lejos, nada podemos hacer desde aquí. Nuestra ayuda es no sólo necesaria, sino indispensable. En la foto, un grupo de personas pasan apesadumbradas ante una iglesia destruida en la localidad de Bohol.