Desde la cumbre hacia la meta - Alfa y Omega

Este domingo, 31 de julio, festividad de san Ignacio de Loyola, clausuraremos el Año Ignaciano. En estos 15 meses hemos hecho memoria del camino de conversión que llevó a aquel joven de ser un ambicioso cortesano a un sencillo peregrino que entendió que la plenitud de su vida estaba en el seguimiento de Jesús y en la respuesta a su llamada.

Han sido meses de muchas iniciativas apostólicas: propuestas para jóvenes en los colegios, universidades, parroquias y centros de pastoral; congresos, conferencias y simposios; publicaciones de libros y monográficos de revistas; películas y vídeos motivacionales; reformas en los santos lugares de Manresa y Loyola; peregrinaciones y, sobre todo, los ejercicios espirituales. A veces me he preguntado, ¿no serán demasiadas cosas cuando solo una es necesaria? (Lc 10, 41-42). Y he intentado darle una respuesta: que todo sirva de ayuda para ser llevados hacia la cumbre. Cada persona a su paso, cada comunidad en su momento vital, cada institución explorando las raíces de su identidad y misión en el mundo actual, todos hacia esa cumbre a la que Ignacio fue llevado por el único que podía conducirle. En todo lo que hacemos, esto es lo radicalmente necesario: ser llevados hacia esa cumbre.

Desde esa altura Ignacio recibió una gracia que todos necesitamos. Por una parte, la cumbre le permitió ver todo de un modo nuevo, empezando por sí mismo: su vida, a pesar de sus muchos errores, merecía la pena y era digna de ser amada. El mundo, aunque encerrase muchos infiernos, era obra de un amor mayor, condescendiente, misericordioso; un amor que se sentía llamado a compartir. De ahí, Ignacio se sintió movido a llevar a otros lo que había vivido, porque una buena noticia que no se comparte, deja de ser buena noticia. Es famosa su frase «ayudar a las almas», que hoy podríamos traducir por ayudar a otras personas a vivir desde el corazón. ¿Y cómo poner en práctica esos buenos deseos? ¿Qué debía hacer? No lo sabía. Fue intentando unas cosas y otras: a veces acertaba, a veces no. Pero en todo lo que intentaba se entregaba por completo, sin porcentajes. Como Pablo, apóstol, la experiencia de ser llevado a la cumbre le hizo para siempre un peregrino en carrera hacia la meta (Flp 3, 14).