Cartas... cartas - Alfa y Omega

Concluimos el Adviento; la Buenanueva nos animará a pensar en nuestros seres queridos, a los que desear lo mejor.

Los nuevos métodos de comunicación que nos aporta esta era —móvil, sms, ordenador y demás formas cómodas y útiles— son más veloces que antaño, pero más volanderos y sin poso, que se van como llegan.

Siento nostalgia de la letra manuscrita y disfruto abriendo el sobre que encierra la cartulina coloquialmente llamada Christmas. Por eso, a este rincón llega hoy la correspondencia que Teresa de Jesús mantuvo en sus últimos veinte años. Cartas caseras, donde descubrimos su profundidad humana.

Santa Teresa usa un doble sistema para comunicarse: sus libros y sus cartas. En los primeros, entrega al lector su sentido de Dios, su experiencia de orante, su visión del alma humana, de la vida y su gran amor a la Iglesia.

En las cartas, que son la otra mitad de sus escritos, comparte con el interlocutor su vida. Aconseja, psicoanaliza, bromea, riñe con cariño, consuela y da a conocer las novedades llegadas a sus conventos desde las Indias: la patata, el coco, el agua de azahar…, hasta entonces desconocidas en Europa.

Su pluma nunca pierde la gracia chispeante, propia de su temperamento. Con sus monjas es efusiva y tierna; discreta y protocolaria con los grandes personajes. En un mismo día, escribe a Felipe II, implorando protección para su Reforma, a una marquesa amiga felicitándole por su boda, o a una priora impulsiva, riñéndola duramente, al tiempo que envía a otra religiosa unas coplillas alegres para una festividad.

Su pequeña celda se convierte en una mini agencia de comunicación. Hay días y noches en que escribe media docena de cartas.

El Virrey Palafox, hoy Beato, editó Las Cartas, en Zaragoza, el año 1658. Tardaron casi un siglo en salir a la imprenta, dado que los expertos temían que la faceta humana de Teresa rebajara o ensombreciera el resplandor de sus escritos místicos y doctrinales, pero enseguida tuvieron una gran difusión.

El primer escrito que conocemos de ella fue un billete escrito en el convento de la Encarnación de Ávila, que envió a Benegrilla, administrador de la finca familiar en Gotarrendura. En la postdata le pide que envíe unos palominos. Escrita el 11 de agosto de 1546, nos hace pensar que quería dar a sus monjas una sabrosa comida el día 15, fiesta de la Asunción.

Su primera carta que se conserva, la escribió a Lorenzo, su hermano, a la sazón en Perú con los virreyes. A partir de ésta, brotaron de su pluma, siempre con toque original, cartas de mujer escritas sobre la marcha. Sin embargo, lo más interesante para el lector de hoy es que, en este correo de hace 400 años, se trasluce el alma de su autora, su forma sencilla de andar por la calle, su hábil manejo del dinero, sus altos ideales y su sentido de Dios.

Este año, preparando el V Centenario de su nacimiento, el Carmelo está rastreando el mundo con el fin de descubrir más cartas de la santa , conservadas en toda Europa y América, que añadir a las más de cuatrocientas cincuenta que ya están catalogadas.