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El siguiente texto es un extracto de la carta que el Rey Baltasar, en la pasada noche de Reyes, dejó a mi mujer, Paquita Rubio, que es el encanto personificado, y que Dios, conociendo mis carencias, puso en mi vida. Decía así: «Soy el Rey Baltasar, y tu marido me escribe una carta, que celebro haber recibido, toda vez que tus peticiones siempre son pensando en los demás; y al leerla me he emocionado un poquito, no mucho, pues como puedes suponer estoy acostumbrado a todo tipo de textos: como Rey Mago que soy, sabía todo lo que me dice, pero, para tu conocimiento, te trascribo lo más interesante. Me dice que el próximo día 20 de mayo, si Dios quiere, cumpliréis 52 años de matrimonio, que continúa muy enamorado de ti, como debe ser, y que has hecho realidad todo lo que él pedía a la vida, dándole también la estabilidad que tanto necesitaba. Que tú le conoces y sabes que es demasiado soñador y sentimental, lo que, en su justa medida, está bien. También me dice Paco que eres un encanto de persona, algo que corroboro, y el alma de tu familia, que has sabido sacar adelante con pocos recursos, pero con gran administración y entrega. Para terminar te diré que los quince miembros actuales que formáis la familia, cuatro matrimonios y siete nietos (¡qué guapos son!), tendréis algún detallito, porque sois todos buena gente. Me agradó mucho veros reunidos a todos el pasado 1 de enero, durante el almuerzo, en tan buena sintonía. En la familia está el núcleo de la sociedad. Recibe todo mi cariño y me encantará abrazaros en la eternidad. Fdo: Baltasar».
Desde octubre de 2009, mis escapadas al monasterio de la Trapa, en la provincia de Palencia, son cada vez más frecuentes. La primera vez fui solo; la segunda, que fue a los quince días de la primera, también fui solo; y así más veces. Cada vez que digo: Me voy a la Trapa este fin de semana, mis amigos me responden: Pero, ¿a qué vas tanto allí? –Voy a rezar, les contesto. Y es que mi alma necesita descansar. ¿Y qué mejor manera que hacerlo, que descansar en Dios: «Venid a mí todos los que estéis cansados y agobiados que yo os aliviaré… Y hallaréis descanso para vuestras almas» (Mt 11, 28-29)? Y no sólo eso, sino que la soledad y el silencio de la Trapa me han hecho reflexionar, meditar sobre la fe, profundizar en la vida del Señor y pensar en cómo puedo imitarle y ser testimonio de vida en medio de este mundo, tan complicado muchas veces. Me he dado cuenta de que, a veces, no es tan importante mirar a Dios, sino dejar que Él te mire; no tanto decirle al Señor que le amas, sino estar dispuesto a escuchar en tus oídos esa voz que te dice, con el corazón en los labios, que eres la chifladura de sus ojos.
Queridos amigos de Alfa y Omega: con emoción, mi marido José Luis y yo saludamos a todos los lectores, compartiendo la alegría de nuestras Bodas de diamante, que fueron el 29 de octubre. Éste ha sido un regalo nunca esperado por nosotros. Celebrar los 60 años de vida matrimonial es algo que no se ve todos los días, y es un fantástico regalo que Dios nos ha dado. Solamente los que llegan a tantos años de convivencia preciosa, con sus días y noches, pueden contar cosas que otros no pueden contar. ¿Saben que son más de 21.900 días juntos? En la Eucaristía que celebramos ese día, con emoción le dije de nuevo a mi esposo que le quería para siempre. ¿Cómo podremos pagar a todos los amigos y familiares el estar juntos aquella tarde? La presencia de todos nos hizo llorar de alegría. Damos gracias al buen Dios, que de nuevo bendijo nuestro matrimonio en aquella ceremonia, que fue algo grande, y en la que repetimos delante de Dios: José Luis, te quiero para siempre, y él hacia mi: Carmen, yo te quiero para siempre. Como esposa, puedo asegurar que, en este nuestro largo camino, hemos tenido días de tormenta, y también días grandiosos… Creemos que gracias a Dios, y a la fe encendida diariamente, hemos caminado y vencido las dificultades. Si no hubiéramos tenido a Dios en nuestro caminar, nos habríamos mandado a paseo el uno al otro, no habríamos llegado a este día. Deseamos a los matrimonios lectores de Alfa y Omega que lleguen un día a vivir nuestra experiencia de 60 años de matrimonio, celebrando las Bodas de diamante diciendo: ¡Te quiero para siempre!
Esta Navidad me encontré con extrañas sorpresas. Yo me creía una persona con amigos, a los que me encanta felicitar la Navidad, en Nochebuena, porque el fin de año tiene otro color, otro tinte extraño. Y mi sorpresa este año ha sido que pertenezco a los desheredados de esta sociedad: ¡no tengo WhatsApp instalado en mi móvil, y por tanto no existo para la gran mayoría de mis contactos, amigos, conocidos, compañeros, familia, etc.! No he recibido apenas felicitaciones navideñas, con lo que esponjan mi alma… ¿Qué le ha ocurrido a la Navidad? ¿Qué nos ocurre a los cristianos? ¿Dónde está nuestra alegría? ¿Por qué la Misa del Gallo de mi pueblo estaba sin gente? ¿Por qué ya no se cantan villancicos ni se desea a tutiplén Felices Pascuas? ¿Por qué Jesús vuelve a nacer solo en medio de todos? Hemos olvidado lo principal. Es la crisis, me comentó un amigo. ¡Pues por eso nace Dios! Para acoger a todos, a pesar de la fastidiosa cruz de la crisis, y darnos alegría en la tristeza del consumo. Menos mal que, días después, leí sobre el encuentro ecuménico, en Roma, de la comunidad de Taizé, y resurgió en mí la esperanza, porque (para que lo sepan quienes aún no lo han visitado) allí nace Dios todos los días, en todo y en todos: en cada hermano y en cada rincón. En mi cara se vuelve a dibujar una sonrisa: la de la unidad. Con Dios, igual que ocurrió en Belén, no es necesario tener WhatsApp.