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Argentino, italiano por sus ancestros y romano por designio de la Providencia. Jesuita con la impronta de la Compañía de Ignacio y de Francisco Javier. Fiel seguidor de Francisco de Asís y, como él, dedicado a los pobres y a la lucha contra la pobreza. Humilde y sencillo como sus padres y abuelos del Piamonte. «El sufrimiento de los inocentes y pacíficos nos abofetea», dijo el entonces arzobispo de Buenos Aires, Jorge Mario cardenal Bergoglio. Valiente defensor de la doctrina católica sobre la vida, el matrimonio, el celibato de los sacerdotes y religiosos y demás principios y dogmas que la integran. Estudioso y conocedor de la teología auténtica, la de Agustín, Tomás y Ratzinger, el Papa emérito. Defensor a carta cabal de la fe en el año en que la fe y la nueva evangelización son los objetivos esenciales de la Iglesia. Primer Papa jesuita. Primer Papa iberoamericano, en cuyos países está la gran mayoría de los fieles de la Iglesia católica, que ya en el siglo XVI, con sus misioneros, evangelizó al continente, desde Florida y California a la Patagonia, y llenó de caminos, escuelas, iglesias y catedrales esta América nuestra: la del gran mestizaje humano y cultural. El Papa Francisco dio al mundo, desde el balcón vaticano, muestra de su sencillez y humildad con sus primeras palabras: «Vamos a rezar por Benedicto XVI», y «recen por mí». Dice la tradición que Francisco, el santo de Asís, oyó la voz del Señor que le decía: «Francisco, ve y repara mi Iglesia». El santo de Asís pensó en reconstruir el templo donde estaba, pero después entendió que se trataba, no de una iglesia, sino de la Iglesia. Hoy, aquella petición parece cobrar todo su profundo sentido con el Papa Francisco, pues la Iglesia atraviesa y confronta graves problemas y serios desafíos. A Dios gracias, tenemos los católicos un Papa a la medida de estos tiempos de relativismo en que vivimos. Abierto al cambio pero defensor de la ortodoxia doctrinal, pues podemos decir que el Papa Francisco es un sacerdote jesuita que se enfrentó a la mal llamada Teología de la liberación. Por cierto que el Papa emérito, Benedicto XVI, cuya vida guarde Dios muchos años, expresó su confianza en la Compañía de Jesús, de cuyos miembros afirmó que son «capaces de alcanzar aquellos lugares físicos o espirituales a los que otros no llegan o encuentran difícil hacerlo». Concluyo con unas palabras del Papa Francisco, que van como anillo al dedo del tiempo que vivimos: «La deuda social es inmoral, injusta e ilegitima», dijo siendo cardenal Jorge Mario Bergoglio, en 2005.
En las calles Orense y General Yagüe, de Madrid, y en sus alrededores, hay unos seis o siete mendigos ancianos, vestidos de harapos, que pasan el día sentados en el suelo, tiritando de frío y mojándose cuando llueve, y así durante muchas horas al día. Son extranjeros, y víctimas de desaprensivas mafias que los explotan sin piedad. No les dejan recibir comida ni ropa, sólo quieren dinero que luego entregan al jefe. Me da pena y vergüenza. ¿No se puede hacer nada? ¿Sólo mirar para otro lado y pasar de largo? Son seres humanos débiles y con muchos años. Tiene que haber alguna solución para cortar esa infamia en un país civilizado.
Vi, por el Canal 13 de televisión, la Misa de inicio de pontificado del Papa Francisco. De hecho, ahora todo lo concerniente al Papa lo veo por ese canal. También vi la entrevista que hicieron, unos días antes, a uno de los redactores de Alfa y Omega, que estaba como enviado especial en Roma, y me gustó mucho lo que dijo. Por eso, deseo felicitarles por los números publicados por Alfa y Omega con motivo de la elección del Papa y actos posteriores, y por los de todos los jueves, pues me gusta mucho y me lo leo todo de principio a fin. Celebremos la Pascua de Resurrección, pues tenemos la suerte de que Jesús está vivo.
Desde que los cristianos, y el mundo en general, recibimos el gran regalo del Papa Francisco, estamos viviendo unos días muy especiales, pues nos hemos encontrado con un pastor que nos alienta a vivir cada día con más intensidad la vida del cristiano, y nos ayuda a sentir a la Iglesia con amor y desde la oración. Estoy por asegurar que el Papa Francisco no se dejará llevar por el afán de poder, ni por el éxito; su única pasión serán la pasión por la verdad, el amor y la oración. Es un testigo del Evangelio, con una profunda y extensa experiencia personal del Señor, y que vive una buena amistad con Dios. El rito del lavatorio de los pies del Jueves Santo, en el que el Papa Francisco lavó los pies a varios jóvenes, y también a dos mujeres, una de ellas musulmana, me llenó profundamente de Dios. Estos gestos van directamente al corazón de los seres humanos. De este Papa ya se está escribiendo una nueva historia que casi todos desconocíamos, pero con su testimonio nos acercaremos aún más a él y, sobre todo, a Dios desde el amor al prójimo.