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«Que siempre esté acompañado». Cuatro palabras. Las justas. Me las dijo una señora que me relevó cuando me levanté del banco que hay frente al Santísimo en mi parroquia. Se trata de que siempre esté acompañado. Probablemente no lo necesita, no le hace falta, pero creo que debe de ser de su agrado.
Y nosotros: ¿dónde más podemos encontrar un rincón, unos minutos de paz, consuelo y amor que frente a Jesús? Siempre alguien frente al Santísimo. Nunca solo.
Cuando se está abrumada, en la obscuridad, cuando no se vislumbra la más pequeña claridad, no desesperes, haz lo que puedas, confiando en que el Señor te ayudará y hará lo que tú no puedas. No se puede evitar que el pájaro de la tristeza vuele sobre tu cabeza, pero sí que anide en ella, pues no hay bruma que al final no quede desgarrada con el sol. Nunca estamos solos, todos los días Jesús está a nuestro lado, aunque no lo veamos o no lo sintamos.
Yo comprendo que a mi Sagrado Corazón, que está en mi familia desde 1880, le doy mucha lata…, porque estoy sola. Lo siento a mi lado y hablo con Él. ¿Qué haría yo sin mi fe? Es lo más grande que podemos tener, y le digo constantemente: «Jesús, confío en Ti. Aumenta mi fe. Cógeme de la mano, que te sienta conmigo y te pueda dar a conocer a los demás».
«Cuando el agua me cubría la cintura daba media vuelta y regresaba a la playa, así varias veces. Era un cobarde, incluso para poner término a mi vida». «Me pasaba por la cabeza, una y otra vez, empotrar mi coche contra un muro y terminar de una vez». «Era tal mi angustia que cuando volvía a la vivienda me veía lanzarme por la ventana». Solo son una pequeña muestra de las numerosas situaciones vividas por demasiadas personas, en momentos de vulnerabilidad económica o en claro riesgo de perder sus viviendas.
Una vez conocemos ciertas estadísticas oficiales sobre el incremento del número de suicidios en los últimos años de crisis económica, no deberíamos obviar esta realidad y tendríamos que hacer algo más para evitarlos. Algo más, por parte de las administraciones públicas y de nuestros gobernantes. Estas personas son ciudadanos que tienen sus derechos y a los que deberían representar con respeto. Las tradiciones familiares y la cultura popular han sido los culpables de crear una sociedad desigual, entre triunfadores, una élite de privilegiados que tienen libre acceso a todo lo material, y las personas humildes y honradas que tienen que luchar contra viento y marea para sobrevivir. Un mundo injusto y una sociedad inhumana en la que predomina el tener por encima del ser. Donde el que más tiene es el mejor y más respetado, y el mileurista o parado es el más débil, el fracasado, el paria de la sociedad.