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Aún los ecos de Semana Santa permiten recordar el diálogo que mantuvo el Gobernador de Judea con Jesucristo, en el juicio civil a que fue sometido éste para ser condenado a la pena capital, por cuanto a los príncipes de los sacerdotes «no les estaba permitido dar muerte a nadie», que era lo que ellos pretendían obtener de la máxima autoridad romana en el territorio. Y cuando Jesús le dice que ha venido al mundo para dar testimonio de la verdad, Pilato, que debía de ser inaccesible al monoteísmo y al entendimiento de un Dios inmenso, hace la pregunta ¿Y qué es la verdad?, precisamente a Quien es, en sí mismo, la Verdad absoluta.
Sigue siendo oportuna esa consideración, viendo el mundo de hoy, tan falto no sólo de reconocer esa Verdad absoluta, que es Dios, sino también de otras muchas verdades elementales que, siendo menores, coadyuvan al buen entendimiento entre los seres humanos.
Da la impresión de que nos encontramos en medio de una Babel confusa, de opiniones muy encontradas en lo esencial y en lo trivial, que nos hace muy difícil la convivencia; es como una gigantesca falta de formación, que lleva a la pérdida de aplicar el sentido común en todos los órdenes de la realidad, que compendia lo político, lo económico, lo religioso, etc. Quizá por ello ha vuelto a alzarse la voz autorizada del Papa Benedicto, en su reciente viaje a Cuba, diciendo con claridad meridiana que hay que tener afán de verdad, indagar sobre ella y abrazarla cuando se encuentre. Que no se vacile en seguir a Jesucristo, porque Él tiene la verdad sobre Dios y sobre los hombres; y que la Iglesia, sin imponer, propone el conocimiento de Cristo, Verdad y luz, que puede vencer las tinieblas del error.

Las personas que sabemos cuánto dolor y destrucción trae el aborto, agradecemos a monseñor Juan Antonio Reig Plà que, en su homilía del Viernes Santo, tuviese palabras para quienes han sufrido un aborto provocado: «Cuando una mujer va a abortar a una clínica, sale destruida, porque ha destruido una vida inocente y se ha destruido a sí misma. Años y años, mujeres que han ido a abortar llevan el sufrimiento en su corazón». Queremos agradecer que, por fin, alguien diga la verdad. ¡Nos dicen tantas mentiras! Nos dijeron que era un conjunto de células, que era la mejor solución, que no tenía consecuencias… Ahora, alguien reconoce la verdad sobre el aborto: mata a nuestros hijos y destruye a quien se ve involucrado en él. Queremos agradecerle que reconozca la verdad del sufrimiento que tantos se empeñan en negar: Fue tu decisión; Ya debías de haberlo superado… Le agradecemos que, en esa homilía, abriese un camino de esperanza y misericordia: sólo el Amor de Dios sana la destrucción que el aborto lleva en sí. La Iglesia acoge a los heridos por este drama, para reconciliarlos y sanarlos, como lo hace a través del Proyecto Raquel, implantado en España gracias, en buena medida, a monseñor Reig. La verdad nos hace libres, la misericordia de Dios nos sana.
María José Mansilla Arcos
Coordinadora Proyecto Raquel España

Hace poco fui a la catedral de la Almudena, donde veneré tu sangre, Beato Juan Pablo II. Es la misma sangre derramada el siniestro 13 de mayo de 1981. Hijo de una familia modesta, tuviste que hacer compatibles tus estudios con el extenuante trabajo en una cantera. Antes de cumplir los 9 años, perdiste a tu madre; a los 12, a tu único hermano. En 1941, al volver del trabajo, encontraste muerto a tu padre. Así, a tus 20 años estabas solo. Pero tu soledad, a lo san Juan de la Cruz, se hizo soledad sonora, y floreció tu vocación. Tu vida estuvo marcada por el sufrimiento de las dificultades de la Iglesia; de tu vida personal; de la lucha contra los enemigos de la fe; de tu lenta enfermedad. Así nos enseñaste el valor redentor del sufrimiento. Enamorado de la Virgen, le dedicaste Redemptoris Mater, y ella te salvó la vida tras el atentado del 13 de mayo de 1981. Se lo agradeciste peregrinando a Fátima y donando la bala que te hirió y hoy embellece su corona. Miles de cristianos oraron por ti, como aquel joven, Eduardo Laforet, que ofreció su vida por la tuya…, y el Señor se la aceptó. «El mensaje de la Divina Misericordia ha formado la imagen de mi pontificado», dijiste en 1997, e instauraste la festividad de la Divina Misericordia el segundo domingo de Pascua, como Jesús pidió a santa Faustina Kowalska.
Me dirijo a Alfa y Omega para explicar lo que sucedió en Fátima, el pasado 13 de mayo de 2011, y que viví en primera persona: cuando hablaba el señor obispo, refiriéndose al Beato Papa Juan Pablo II, apareció una especie de arco iris en el cielo, un cielo sin lluvia, que fue aplaudido por el gentío, conmocionado y emocionado. Este signo duró más de dos horas y pudo ser fotografiado por todo el mundo. Fue algo alucinante.
Me sorprende escuchar que No hay vida humana desde la concepción, o que No hay por qué llegar hasta el final. ¿Qué nos ha ocurrido para no rendirnos ante el regalo de la vida humana? Nos cuesta reconocer unas leyes impuestas por Quien ha puesto el universo en movimiento. Pero, en ocasiones —en palabras de la francesa Anne-Dauphine Julliand, en su obra Llenaré tus días de vida—, «se presenta un invitado inoportuno: el sufrimiento; y se piensa que una existencia disminuida y maltrecha es difícilmente aceptable. Sin duda es verdad…, cuando no se tienen amor. Lo que es insostenible es el vacío del amor. Cuando se ama y se es amado, todo es soportable. Hasta el dolor». Les recomiendo este best seller de una madre que ha sabido llenar de vida los días de su hija enferma.