¡Atrévete a vivir una nueva época diseñada por la misericordia! - Alfa y Omega

Muchos jóvenes ya hace días que iniciasteis la peregrinación hacia Cracovia. Algunos ya habéis llegado. Todos los que vamos a participar en este encuentro con el Papa Francisco deseamos vivir con el deseo del Señor: «Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia» (Mt 5, 7).

Necesariamente tengo que recordaros aquel 17 de marzo de 2013, cuando el Papa Francisco celebraba su primera Misa con el pueblo de Roma tras su elección, y nos habló diciéndonos: «El mensaje de Jesús es la misericordia. Para mí, lo digo desde la humildad, es el mensaje más contundente del Señor. ¿Por qué? ¿Os dais cuenta del mundo en el que vivimos? ¿Percibís la fuerza que tiene en nosotros el consagrarnos a trazar fronteras, a regularizar vidas de personas, imponiendo siempre requisitos previos que sobrecargan el vivir cotidiano y lo hacen fatigoso, porque entre otras cosas nos disponen a permanecer siempre en juicio sobre los otros, a condenar, pero no a inclinarnos ante las miserias de la humanidad? ¿Qué nos dice Jesucristo? No hagáis eso entre vosotros ni con los que os rodean, inclinaos ante todo el que os encontréis por el camino. Tened el atrevimiento de iniciar la época nueva inaugurada por Jesucristo. Lo viejo ha pasado. Ha comenzado algo nuevo. Imitemos al Dios que se hizo hombre para decirnos quién es Dios y quiénes somos los hombres. Dios no perdona con decretos, sino con caricias.

Va más allá de la ley. Acaricia las heridas de nuestros pecados para sanarlos. Dejémonos sanar por Dios, y salgamos con la gracia y la fuerza del Señor a cambiar este mundo.

Estamos en la tierra de san Juan Pablo II, el que nos hizo avanzar por este camino de la misericordia. ¡Qué fortuna y qué gracia más grande poder sentir la compañía en esta JMJ 2016 de san Juan pablo II y de santa Faustina Kowalska! Los dos intuyeron que nuestro tiempo era el tiempo de la misericordia. Os invito a recordar una de las encíclicas que nos regaló, Dives in misericordia, en la que nos indicaba que la Iglesia vive una vida auténtica cuando profesa y proclama la misericordia, que es el atributo más maravilloso de Dios. Somos conscientes de cómo Jesucristo nos revela y nos acerca a las fuentes de la misericordia. Tengamos la osadía de dejarnos conducir por el Señor para establecer esta nueva época, este nuevo tiempo, en el mundo concreto en el que vivimos. Prestemos la vida para ello. También el Papa Benedicto XVI nos decía que «la misericordia es en realidad el núcleo central del mensaje evangélico, el propio nombre de Dios, el rostro con el que Él se reveló en la Antigua Alianza y plenamente en Jesucristo, encarnación del amor creador y redentor. […] Toda la Iglesia dice y hace manifiesta la misericordia que Dios siente por el hombre». ¿Os imagináis a los jóvenes del mundo en la comunión y amistad sincera y abierta con Nuestro Señor Jesucristo, metiendo en este mundo la medicina de la misericordia de Dios revelada en Cristo, creando puentes, eliminando muros, separaciones y alambradas; utilizando esa medicina que alienta, calienta y cambia el corazón, que sana y cura los corazones de los hombres, desde la cercanía y proximidad, revelando el rostro de Cristo?

¿Qué es la misericordia? Siempre la he comprendido desde la fidelidad de Dios a todos los hombres. En mi vida vienen a la memoria y a los más hondo de mi ser aquellas palabras del apóstol san Pablo cuando dice así: «Si somos infieles, Él permanece fiel, pues no puede renegar de sí mismo». ¡Qué palabras tan revolucionarias! Tú y yo podemos renegar de Dios, darle la espalda, no querer saber nada de Él; podemos pecar contra Él, pero Dios no puede renegar de sí mismo, Él permanece fiel, siempre fiel, en todas las circunstancias. Por eso, ¿quién, cuando se habla de este Dios que se nos revela en Jesucristo, puede quedar indiferente? Con toda nuestra miseria y pecado, con todas nuestras vergüenzas, Él es fiel siempre. No se cansa, espera, anima, alienta, siempre levanta, nunca hunde. Pienso en los 18 muchachos a los que acogí y con los que viví en el inicio de mi ministerio, y recuerdo las palabras de Pedro, uno de ellos, en un día que estaba tremendamente sublevado y malhumorado, cuando me decía –y transcribo de mi diario–: «Carlos, necesito tu ayuda, ¿por qué me acoges siempre? ¿Por qué me miras siempre bien cuando te hago daño a ti y a los que viven conmigo? ¿Por qué no agradezco con obras lo que haces por nosotros? Te critican por buenismo. Pero no te canses de perdonar demasiado, a mí me está haciendo otra persona». ¡Gracias, Pedro! Me han venido muy bien tus palabras en este Año de la Misericordia.

En esta humanidad que tiene profundas heridas y que no sabe cómo curarlas, dado que no son solamente enfermedades sociales, heridas por la pobreza o la exclusión y el descarte, sino por tantas esclavitudes nuevas, donde el relativismo hiere profundamente a la persona, pues todo parece lo mismo y todo parece igual. Precisamente ahora esta humanidad tiene la necesidad imperiosa de misericordia.

¿Sabéis cuál es la fragilidad más grande y la que más abunda? Creernos que no hay soluciones, que no hay posibilidad de rescate, que la situación del hombre es incurable. Y, sin embargo, hay necesidad de curación. ¡Cuántas personas acuden a recursos de hombres creyendo que ellos tienen alguna magia especial para arreglarlos! Hombres y mujeres de todas las edades y situaciones sociales necesitan una mano que los levante, un abrazo que los salve, que los perdone en la raíz, que los inunde de un amor infinito, paciente e indulgente. Esto es la misericordia que te ofrece Jesucristo y que te devuelve al camino. Prueba. No cuesta nada. Basta simplemente con que te dejes abrazar y perdonar. Nunca te pasa cuentas después. Te hace experimentar lo que el hijo pródigo vio y vivió: «Estaba perdido y lo he encontrado, estaba muerto y lo he devuelto a la vida». Estaba mirándose a sí mismo y ahora mira a los demás y se olvida de sí.

Junto a Jesucristo, descubre que no es tan débil tu amor como parece. Es verdad que el amor se resquebraja a veces, se cuartea, pero nunca se rompe cuando dejas entrar a Jesucristo en tu vida. Este amor te hace resistir a la presión del odio, y siempre perdona y olvida. Con el resplandor de tu mirada, Señor, en la mía, siempre es de día. Atrevámonos a ser diseñadores y protagonistas de la época de la misericordia:

1. Pasando de querer construir una convivencia entre los hombres sin principios, a construirla con principios: esos que nos regala Jesucristo y que nos dice: «No juzguéis y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados; perdonad y seréis perdonados. Dad y se os dará» (cfr. Lc 6, 37-38). No juzgar; no condenar; perdonar; dar. Esos principios nos hacen caer en la cuenta de que el retrato del ser humano es «ser imagen y semejanza de Dios», y la expresión máxima de esa semejanza e imagen se manifiesta en la misericordia.

2. Pasar de una economía que no tiene moral, porque margina a la persona y solamente ve cuentas y ganancias, a una economía que sirve a quien es imagen y semejanza de Dios: cuando invocamos y decimos «Señor, ven en mi auxilio», estamos expresando la necesidad que tenemos de no olvidar que la economía es para que el ser humano sea, cada día más y mejor, imagen de Dios.

3. Pasar de buscar un bienestar sin trabajar a costa de lo que sea, a cumplir el deseo del Señor sobre el hombre: «Comerás con el sudor de tu frente». Trabajarás, es decir, cumplirás el derecho que Dios mismo le ha otorgado al hombre de tener trabajo. Que nuestras manos estrechen las manos de los que no tienen cumplido este derecho. Que busquemos fórmulas para que todos puedan realizarse y ser. El trabajo es un derecho que Dios otorgó al hombre para realizarse como tal.

4. Pasar de una educación que busca hacer hombres fieles y sin carácter, a una educación que hace hombres con valores y con carácter: hacer verdad lo que nos dice el Señor en el Evangelio, «me ha enviado a proclamar la liberación a los cautivos y la vista a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar un año de gracia del Señor». Hombres sin cadenas, libres, sin yugos, que compartan el pan con los demás, que alberguen a quien está sin casa, que curen, que nunca abandonen a sus semejantes; que su visión de la vida es la que Dios mismo les ha dado y, por ello, no prescinden de nadie, es para todos y de todos.

5. Pasar de una ciencia sin humanidad a una ciencia que se pone totalmente al servicio del hombre: a desarrollar lo que en verdad es el hombre, y no a querer realizar una nueva creación que siempre es triste, porque no tiene la alegría de quien pensó en todo antes de que ese hombre existiera.

6. Pasar de buscar el placer sin conciencia, a costa de lo que sea, a buscar el placer con conciencia: esa que Dios nos ha dado a todos los hombres y que es un sagrario para nosotros, a la que hemos de ser fieles, y que es fuente de liberación y rica en responsabilidades.

7. Pasar de un culto sin sacrificio a un culto en el que nuestra persona se ofrece, se da enteramente y se entrega: este es el culto agradable. No el que nos lleva a guardarnos, sino a exponernos en todo lo que somos y tenemos. La muestra exacta de lo que es el ser humano como imagen de Dios nos la ha revelado Jesucristo. Demos esta imagen, y que este sea nuestro culto: dar, nunca retener.