Amor maternal - Alfa y Omega

Cuando se mira el pontificado de Benedicto XVI con ojos de hija de Dios, se mira desde el corazón, con amor; y lo que se ve es lo más importante, es lo que sana el mayor dolor. En el vía crucis del Viernes Santo del año 2005, el entonces cardenal Ratzinger representó a Juan Pablo II y, refiriéndose a los sacerdotes, precisó: «La traición de los discípulos, la recepción indigna de su Cuerpo y de su Sangre, es ciertamente el mayor dolor del Redentor, el que le traspasa el corazón». Por ello, la petición que considero más importante es la que hizo a todo el pueblo de Dios en la fiesta de la Inmaculada del año 2007, de promover la adoración eucarística para la santificación de los sacerdotes y la maternidad espiritual, Carta que la Congregación para el Clero envió a todos los obispos del mundo. Es igualmente importante la petición del año 2011 a los sacerdotes: que se consagren cada uno personalmente, de corazón, al Inmaculado Corazón de María.

En aquel vía crucis, el hoy Papa diagnosticó la causa de la crisis: el hombre se está autodestruyendo porque ha prescindido de Dios. Y, levantando su mirada al cielo, oró: ¡Sálvanos y santifícanos a todos!

Que España se está autodestruyendo es un hecho. Me referiré sólo al suicidio que, desde el año 2008, es la primera causa de muerte exógena en nuestro país. Santo Tomás Moro, en su Diálogo de la Fortaleza contra la Tribulación, explica que se suicida el enfermo psiquiátrico en crisis, o quien sucumbe a la tentación, porque Satanás sabe tentar a cada persona en su talón de Aquiles –orgullo, pusilanimidad–; o bien, tienta en la tribulación. Apoyándose en san Pablo, concluye: «No es nuestra lucha contra la sangre y la carne, etc. Es el mismo diablo meridiano que hace la incursión sobre nosotros, sirviéndose de hombres que son sus ministros para hacernos caer por miedo».

De este análisis, se deduce que la persona de fe no tiene nada que temer, porque sabe que Cristo, en la cruz, acompañado de Su Madre, venció al diablo; y que no va a ser tentada por encima de sus fuerzas. Y siendo los sacramentos la mejor ayuda para fortalecer el alma que es tentada; y habitando en el alma en gracia el Espíritu Santo, que ayuda a pensar mejor cómo resolver y salir de situaciones difíciles, se concluye que el sacerdote es quien, de forma más eficaz, puede ayudar en las tribulaciones de la crisis dispensando sacramentos.

Y se llama a la mujer a la maternidad espiritual de sacerdotes, a adoptar espiritualmente sacerdotes para ayudar al sacerdote y colaborar así en la corredención, en la tarea de salvación de las almas. La maternidad espiritual es la vocación femenina por antonomasia –la misma que vivió la Virgen María–, llamada a dar vida espiritual y sostener vida espiritual con la ofrenda de sí, con la oración y la penitencia, intercediendo. Es compatible con toda vocación que abrace una mujer. Exige la consagración al Inmaculado Corazón de María y una fidelidad tal que provoque el intercambio de corazones. Su carisma es el amor maternal.

Supliquémosle todos a ella por estas intenciones.

Blanca Parga Landa