No queremos vivir acelerados - Alfa y Omega

Este fin de semana hemos tenido un numeroso grupo parroquial con adultos, jóvenes y niños a los que les hemos visto beneficiarse del sol y del campo, de la Palabra de Dios y de la palabra de las hermanas… Y otro grupo, adulto todo él, en la escuela de oración llevada por nosotras. Ha sido como ver la vida en dos lados opuestos. ¿Opuestos? Mientras unos íbamos dejando un rastro de silencio, los otros imponían su ritmo de encuentro y convivencia fraterna.

Me ha asombrado un tácito reclamo de los más mayores, los de la escuela. He visto en el rostro de Teresa y de Andrés, en sus ojos, en su mirada, en su atenta escucha, la urgente necesidad de llevar otro ritmo en la vida, como anhelando vivir con otro reloj. Como si la vida, con su tumulto de cosas y su vorágine de ruido y de acción, les condujera a un rechazo visceral hasta desear radicalmente otro modo de vivir.

Al hablarles de la oración en el día a día han descubierto la clave de su confusión y su desasosiego: es que ya no pueden llevar una vida acelerada; es que ya no quieren vivir acelerados, como urgidos, como empujados. Y yo también he comprendido cómo nuestra vida misma, la del monasterio, puede ser una escuela de vida. Estamos vacunadas contra la aceleración y, cuando esta intenta arrastrarnos, nos rebelamos, nos defendemos, y nos aferramos a ese otro ritmo que viene de Dios Creador y Salvador del hombre.

Este fin de semana, los adultos de la escuela de oración y mis propias palabras me han empujado a reivindicar una cierta lentitud, calma, sosiego. Llego hasta donde llego y, además, quiero llegar serena, tranquila, en paz. Los que van corriendo, que me pasen. Los que tienen prisa, que lleguen antes, que ya los cogeré. Dónde quiero ir y con el que deseo encontrarme está aquí, más cerca de mí que yo misma. ¿No será este el primer peldaño de la escala hacia el cielo, hacia el encuentro dichoso con los otros, hacia el encuentro con Dios? ¿No será este el mejor modo de comenzar a orar?