Se han esmerado y han agudizado el ingenio, con ocasión de las elecciones autonómicas en Cataluña, nuestros humoristas: basta ver la viñeta de Kap, en La Vanguardia, que ilustra este comentario: era tan insólito el planteamiento plebiscitario y tan exótico lo del independentismo que, efectivamente, los ojos de toda Europa estaban atentos al resultado de las urnas. Basta echar un vistazo a los principales periódicos europeos para darse cuenta de que Europa, después de estas elecciones catalanas, está más preocupada que antes; el tono general de los titulares de los periódicos europeos ofrece a sus lectores el triste panorama de un futuro demasiado incierto y oscuro.
La voluntad de un pueblo era el slogan del cartel propagandístico de CiU. Visto lo visto –un 70 % de participación electoral–, la voluntad del pueblo catalán ha quedado más que clara. No sólo el plebiscito ha sido un fracaso, sino que sus muñidores han perdido escaños. El hecho de que, erre que erre, sigan en sus trece y no quieran reconocerlo, lo único que acredita es la insoportable soberbia de los mediocres y el desastroso nivel no ya moral o cultural, sino sencillamente político, de los líderes de la Cataluña actual. No sólo de los líderes políticos, sino de todos los demás prebostes que han tirado la piedra y ahora esconden la mano, con las loables excepciones que confirman la regla. Si Arturo Mas tuviera un mínimo de vergüenza torera, ya habría presentado su dimisión.
Eso es, al menos, lo que habría ocurrido en cualquier otro rincón verdaderamente democrático; de todos modos lo lleva claro, su carrera política está terminada y antes o después se tendrá que rendir a la evidencia. Ahora de lo que se trata es de pasar de la patología a la normalidad, dentro de lo que sea posible, y, por tanto, de llegar hasta las últimas consecuencias entre los meandros de la corrupción, y de hacer que el fruto de las mordidas del 4 % y de las cuentas no declaradas vuelva adonde tiene que volver; ahora de lo que se trata es de convencer a todos de que la corrupción no tapa el paro, de que el separatismo no hace caja y con él no se come, ni siquiera se paga lo que se debe a las farmacias. Yo ya comprendo que es una tarea ardua y complicada, sobre todo cuando se tiene comprados a los medios de comunicación, esos medios en los que los inefables antich y julianas siguen insistiendo en que lo que ha ocurrido es que España gana. No, no es verdad. Con lo ocurrido en estas elecciones catalanas España no gana, porque Cataluña no gana y mal que les pese a unos cuantos, Cataluña es España. Así que esa burra que se la vayan a vender a los que quieren dejarse engañar.
Dicho lo cual, Cataluña tiene lo que se merece, porque que nadie me venga con el cuento de que han votado lo que han votado porque los medios están comprados e informan como informan. Lo de los medios se arregla no viéndolos, no oyéndolos y no comprándolos, porque hay otros medios… Y si el PP y Ciudadanos, en vez de divididos fueran unidos, también sería otro cantar. Probablemente, sólo ZP le ha hecho más daño a España que Arturo Mas, pero conviene recordar que hay unas leyes, una Constitución, y que el pueblo español le dio al Gobierno actual una mayoría absoluta para algo. Los referéndums están regulados y el pueblo, en las urnas, hace un referéndum bastante elocuente. Si a alguien le ha servido para aprender que los originales son siempre mejor que los sucedáneos, es decir, que para votar separatismo la gente vota a los separatistas antes que a los socialistas, pues menos mal. Los órdagos separatistas sólo llevan a la radicalización; de esto sabe un rato largo la ETA, que por cierto ha estado esperando calladita a que pasaran las elecciones en Cataluña para volver a asomar la lengua bífida de la serpiente. En la víspera electoral, Mas proclamaba ufano: «El mundo nos mira y mañana verá a un pueblo en marcha». Bueno, pues ya lo hemos visto, pero en marcha ¿hacia dónde? Ahora ya sabemos por qué el aprendiz de brujo oportunista adelantaba las elecciones a mitad de legislatura, pero le ha salido el tiro por la culata. Dicho sea todo esto, por favor, presuntamente, claro, en esta presunta España que, más que España, parece una cucaña.