La globalización es un fenómeno complejo, poliédrico, sobre el que hay que tener ideas claras. Máxime cuando afecta a órdenes muy diferentes de la vida e interpela de lleno a la conciencia cristiana. El Papa Francisco es, sin lugar a dudas, un faro que ilumina con su palabra los criterios con los que afrontar esta realidad. Incluso se podría decir que la globalización se ha convertido en un concepto que esconde mucho más de lo que revela, que se puede utilizar de forma polisémica, en diversos contextos y con diversos significados. De ahí que la iluminación del concepto de globalización, en la escena tanto intelectual como de la vida aplicada a los diversos ámbitos de la vida social, económica y política, desde la Doctrina Social de la Iglesia, sea un reto que siempre merece la pena. Por eso hay que agradecer al director y al coordinador de este libro el trabajo realizado que, al menos, sigue manteniendo encendida la mecha de la reflexión, las preguntas y las respuestas.
Con un destacado prólogo de Domingo Sugranyes, presidente de la Fundación Cenntesimus Annus-Pro Pontifice, un grupo de profesores de varias universidades presentan un mosaico sobre algunas cuestiones relevantes en torno a la globalización, a su múltiples caras. Javier Barraca, de la Rey Juan Carlos, escribe sobre globalización, codicia y deseo; José Luis Fernández, de Comillas, sobre el marco y las claves de la crisis actual —por cierto, imprescindible lectura por su capacidad de síntesis—; Santiago García Echeverría, de la Universidad de Alcalá, sobre el impacto de la globalización en el desarrollo de las personas; los profesores del CEU, Javier Borrego y Antonio Alonso, sobre internet y las nuevas redes sociales y el gobierno de la globalización; y por último, Francisco Roa, máster de la Pontificia de Salamanca, sobre la propuesta de la Doctrina Social de la Iglesia para superar la presente crisis global.
Y como los libros son también oportunidades para el debate, y para el diálogo público, voy a destacar un par de afirmaciones de este texto, entre algunas otras, que me parecen atrevidas y que pueden ser objeto de discusión. Por ejemplo, la que dice que «internet no solo cierra la puerta a la trascendencia, sino que además dificulta la relación adecuada con Dios: con la Belleza, la Verdad y la Bondad porque hace creer en una imagen distinta de su realidad plena, y por lo tanto aparta la mirada y la distrae» (p. 147). O esta otra en la que, hablando del peligro que se corre «de que no llegue a plasmarse —las propuestas de la DSI— precisamente por la pérdida de peso de EE. UU. y el ascenso y consolidación del poder global de otras potencias con menos tradición democrática —por decirlo dulcemente—. Esto no significa que EE. UU. sea el encargado de plasmar los principios de la Doctrina Social de la Iglesia en el orden internacional, pero sí que parece más probable que se pueda hacer sobre la base de una democracia liberal representativa que no sobre la base de una dictadura comunista» (p. 155). Pues ahí quedan.
Antonio Alonso (ed.) y Francisco Roz (cord.)
BAC