Eva María, sí, como la canción que se repite en bucle durante la representación, es madre. De un hijo. Su adorado e hipercuidado Alejandro. El niño ya no es tan niño, tiene novia, viaja, ha roto el cordón umbilical. Una noche, esa típica de pijama en el que la madre con el nido más que vacío sin padre —típica historia de mujer separada que ya nos parece lo habitual, porque desgraciadamente lo es— y sin niño recibe una llamada del hijo con un mensaje tajante. Tiene que entrar en su habitación, buscar en una caja cerrada con un candado un documento que necesita con urgencia para la universidad. Alejandro conoce a su madre. Conoce la obsesión de su madre. Y le dice, específicamente, que no hurgue en el resto de cosas que hay en dicho lugar secreto y escondido. Y es en este sencillo argumento donde se desarrollan 80 minutos de monólogo de Toni Acosta en el que afloran los miedos, las angustias, las alegrías de las madres del siglo XXI, en ocasiones tan volcadas en la crianza que se olvidan de sí mismas. Y no solo en su papel de madres, sino de hijas, de esposas, de amigas. Aderezado todo el conflicto por las referencias constantes al cine, ya que Eva María —«no me llamo así por la canción, sino por una actriz… ¿o no?»—es una acérrima cinéfila gracias a su padre.
A priori parece una trama sencilla bañada por bandas sonoras de películas y las bromas y el buen hacer actoral de Acosta. Pero nada más lejos de la realidad. Hay una mezcolanza de cuestiones emocionales brutales. Del papel de la mujer en la sociedad actual. De la necesidad del ser humano de sentirse querido y de afrontar esta sociedad líquida en la que estamos insertos. Eva María perdió a su padre demasiado pronto, a quien más la quería. A quien más la cuidaba. Eva María tiene una relación difícil con su madre. Eva María vuelca en su único y adorado Alejandro todas esas carencias y le hiperprotege como ella no se sintió protegida por su madre ante la ausencia de su padre. Que su hijo no viva lo que ella vivió. Eva María no tuvo tampoco un amor incondicional por parte de su pareja. Fue un amor temporal; otra ausencia de roca a la que agarrarse. Eva María lo ha dejado todo de lado para ser ese baluarte que ella no tuvo para su hijo. Pero ahora Alejandro se ha hecho mayor. Se ha ido a estudiar fuera. Ha sustituido el amor único hacia su madre por el amor a una chica. Eva María no puede sostener todo eso, porque todo su amor no recibido lo ha transformado negándose a sí misma para volcarse en otro. Como le habría gustado que hiciesen con ella. Eva María es una heroína, aunque ella no lo sepa y ahora llore en pijama. Eva María son muchas de las mujeres de hoy. Pero Eva María recibirá su recompensa. Vayan a acompañar a Una madre de película al Teatro Bellas Artes de Madrid.