¿Y si apostamos por la esperanza? - Alfa y Omega

Para la RAE, la esperanza es un sustantivo femenino que significa «estado del ánimo en el cual se nos presenta como posible lo que deseamos». En un diccionario bíblico se nos explica la esperanza como «sustantivo y verbo que significan confianza, expectativa, seguridad, deseo…».

Pedro Laín Entralgo, que fue médico, historiador y filósofo español del siglo XX, en su libro La espera y la esperanza nos recuerda que «en la medida en que nuestra existencia es temporal y es imprevisible nuestro futuro, en esa medida nos vemos obligados a esperar; y parece cosa segura, cuando la mente no reniega de la realidad, que en la vida del hombre no hay espera sin esperanza».

José Carlos Bermejo, religioso camilo y director del Centro Asistencial y de Humanización de la Salud, nos regala esta comparación: «La esperanza es como la sangre: no se ve, pero tiene que estar. La sangre es la vida. Así es la esperanza: es algo que circula por dentro, que debe circular, y te hace sentirte vivo. Si no la tienes, estás muerto, estás acabado, no hay nada que decir […]. Cuando no tienes esperanza es como si ya no tuvieras sangre».

El Papa Francisco, en el ángelus del domingo último de noviembre, nos recordó el inicio del Adviento, es decir, la preparación para la venida del Señor, y nos invitó a preguntarnos: «¿Soy consciente de que vivo, estoy alerta, estoy despierto? ¿Estoy tratando de reconocer la presencia de Dios en las situaciones cotidianas, o estoy distraído y un poco abrumado por las cosas? ¡Permanezcamos vigilantes!».

Vivir la esperanza es apostar por algo contracultural. Cuando todo parece caótico, sin salida, sin soluciones previsibles, es el momento de esperar contra toda esperanza, de apostar por fiarnos y confiar en el Señor que viene, que ya está ahí, en la cotidianidad, y nos sostiene en la vigilancia permanente, es decir, en la mística de ojos abiertos. Con los pies en la tierra, pero con el corazón engendrando semillas de esperanza y manos que las derraman por doquier.