Hacia una conversión sinodal - Alfa y Omega

Cuando escribo esta nota es el comienzo del tiempo de Cuaresma que nos conduce a la Pascua, ese misterio central de nuestra fe que a las personas cristianas nos focaliza la vida. Es un tiempo propicio para la conversión, para un cambio de vida, un momento oportuno para revisar si vamos en la dirección correcta hacia la meta o debemos cambiar.

Del vocablo latino convertere llegamos a «conversión», que puede entenderse también como «cambio». Pero no es un hecho puntual; hablamos más bien de proceso. Y ahí nos referimos a la conversión sinodal que necesitamos para vivir una nueva manera de ser y estar en la Iglesia. Es un cambio de actitudes de corazón, no de cerrazón sino de apertura; ocasión de revisar nuestra pertenencia y participación y de preguntarnos cómo vivimos la comunión y la misión.

Preguntarnos también si nos sentimos parte activa de la comunidad o somos miembros pasivos, espectadores. Ante esas preguntas la respuesta será la conversión, un cambio que nos introduce en esta Iglesia sinodal que camina de manera acogedora y misericordiosa, sin dejar fuera a ninguna persona. El Sínodo es también un proceso en el cual el papel protagonista es del Espíritu Santo. Cuando vamos haciendo camino juntos nos ayudamos a esa escucha mutua. Pero juntos también queremos recibir las inspiraciones del Espíritu para poder seguirlas en nuestra vida eclesial.

Estos 40 días que se abren ante nosotros al comienzo de la Cuaresma pueden ser una gran oportunidad para la necesaria conversión que todas las personas necesitamos; cambiar de dirección, viviendo de dentro hacia fuera, repensando las convergencias, los temas a reflexionar y las propuestas que se nos ofrecen como pistas sobre las que caminar sinodalmente. Cuaresma es camino, es una etapa dentro del año litúrgico que nos invita a no detener el paso, pero no en solitario sino juntos, dándonos la mano, poniendo la fuerza en todos esos elementos que nos unen.