El mantón de Manila, una prenda bordada por cuatro culturas
Considerado como un «objeto migrante», el mantón llegó a México a través de una ruta descubierta por el fraile agustino español Andrés de Urdaneta
A priori pudiera parecer algo extraña la relación de un fraile agustino del siglo XVI con que hoy en día disfrutemos de la delicadeza de los mantones de Manila, tan apreciados en cualquier parte del mundo. Sin embargo, Andrés de Urdaneta resultó imprescindible para la transmisión de este arte. Era 1553 cuando volvió a España, después de ser uno de los pocos supervivientes de la accidentada expedición de Loaísa —en la que embarcó con 17 años— y pasar casi diez en Asia. Dos años después se marchó a México, donde ingresó en los agustinos, no sin antes atravesar varias crisis espirituales. Pero este religioso, también explorador y cosmógrafo criado en una familia ilustre española, siguió navegando y es reconocido mundialmente por descubrir la ruta marítima que permitía volver desde Filipinas a México, desconocida hasta el momento. A partir de entonces se la llamó la ruta del Galeón de Manila y fue la que permitió establecer puentes entre varios de los territorios más importantes del momento, como Hispanoamérica, Asia y España.
En las bodegas de esos navíos, junto a porcelana, abanicos y biombos procedentes de Asia, también viajaba el conocido mantón de Manila. Comenzó llegando a las costas mexicanas como una sencilla tela de seda sin flecos, pero poco a poco se fue recargando de motivos, hasta llegar algunos incluso a pesar tres kilos. Con el paso del tiempo, se convirtió en un símbolo cultural muy importante, hasta el punto de que estas prendas han acabado formando parte del imaginario social y cultural.
Estos días tiene lugar en la Casa de América de Madrid una exposición sobre la historia del mantón de Manila con una selección nunca antes vista, en la que se pueden admirar algunos de hace 180 años. La muestra quiere proponer un diálogo entre los distintos continentes que, de alguna manera, han tejido juntos «un carácter y una belleza estética excepcional que traspasa fronteras». La comisaria de la exposición, Verónica Durán Castello, habla con Alfa y Omega sobre el inmenso valor cultural del mantón y lo califica como «un objeto migrante bordado por cuatro culturas», ya que en origen era fabricado por manos chinas pero las mexicanas fueron las primeras en usarlo como un accesorio de moda; en España le añadieron los flecos y sus distinguidos macramés provienen de Marruecos. Todo ello ha ido enriqueciendo este objeto con el tiempo. Sin embargo, «¿qué tiene el mantón para que, en su recorrido, haya sido transformado por civilizaciones tan poderosas? Esa es la gran pregunta», reflexiona Durán. «Yo creo que la respuesta está en que el mantón posee símbolos ancestrales que están en la conciencia colectiva de todos nosotros». El viaje de estos mantones iba más allá de su mera función como mercancía. Cada uno de ellos era cuidadosamente empaquetado en cajas que aún hoy siguen siendo verdaderas obras de arte. Estas cajas, que también se exponen estos días en la Casa de América, estaban diseñadas para proteger las delicadas sedas durante el largo viaje marítimo, y eran una expresión de sofisticación y arte. La caja interior, de cartón y ricamente decorada, resguardaba el mantón envuelto en papel de seda, mientras que la exterior, de madera lacada, mostraba elegantes dibujos en pan de oro que muchas veces reflejaban los motivos del propio mantón.
«El fraile español Urdaneta sin duda es muy importante en la historia del mantón de Manila», afirma la comisaria y periodista, quien además ha publicado un libro más extenso con motivo de la exposición, titulado La ruta del mantón de Manila. En él profundiza sobre el trasfondo, la herencia y la influencia de esta prenda. «Se habla además de que la ruta que descubrieron él y Legazpi es la primera globalización. Esa apertura al mundo que tanto impulso dio», sentencia Durán.
Hoy en día, la innegable popularidad del mantón se puede palpar desde la habanera Dónde vas con mantón de Manila, la canción más célebre de La verbena de la Paloma, hasta la celebración de la Feria de Abril de Sevilla, reconocida como el paraíso de los mantones. Sin duda, el fraile Andrés de Urdaneta, con su espíritu intrépido y su destreza navegante, supo trascender barreras y dar las primeras puntadas a lo que actualmente sirve de fuente de inspiración para la artesanía contemporánea.
Aunque Andrés de Urdaneta siempre destacó por su destreza en matemáticas y su dominio del latín y la filosofía, no fue sino su habilidad para navegar lo que hizo que Felipe II, siendo ya fraile, lo enviara junto a Miguel López de Legazpi a guiar una expedición que cambiaría la historia. El viaje tenía como principal objetivo no solo llegar hasta Filipinas, sino sobre todo encontrar el ansiado camino de vuelta a México, conocido como el Tornaviaje.
Tras cinco años de travesía, los 380 hombres arribaron a las costas filipinas, donde Legazpi fundó la ciudad de Cebú, que se constituyó como la primera población española en el país. Por su parte, Urdaneta se dispuso a emprender el viaje de regreso al mando de la Nave de San Pedro. A la dirección del fraile en la navegación también le acompañó otro agustino, Andrés de Aguirre. Este Tornaviaje tuvo una gran importancia y logró abrir las rutas comerciales entre Filipinas y el puerto de Acapulco. Los barcos surcaban la ruta del Galeón de Manila a través del océano Pacífico una o dos veces al año y se mantuvo en activo hasta marzo de 1815, cuando zarpó el último barco.