Siempre que leo el capítulo cinco de Mateo me fijo en el versículo 25, en el que Jesús dice que Dios «hace salir el sol sobre malos y buenos, y llover sobre justos e injustos». El sol y la lluvia no piden permiso para calentar o mojar a alguien, lo hacen de forma natural. No tienen fronteras ni muros ni alambradas. Es cierto que si no te gusta puedes ocultarte de ellos, pero no ocultarlos de ti. No hay nadie que pueda impedir que aparezcan o cumplan con el cometido para el que fueron creados.
Karima llegó a nuestras costas así, como el sol cuando amanece o la lluvia cuando cae del cielo, como llegan muchos migrantes desde el continente africano, atravesando un mar endiablado como el de la ruta atlántica hacia Canarias.
Cuando la conocí la llamé Calima, que es como conocemos al polvo en suspensión que supuestamente viene del continente africano y que nos visita algunas veces al año. Ella se reía y me corregía, creyendo que la había entendido mal.
Si pensamos en calor y calima, máxime en verano y con estas temperaturas, la verdad es que nos viene a la mente una situación incómoda. Nada más lejos de cómo era Karima, una chica dulce y con una sonrisa suave como el viento del desierto que acaricia la piel y la refresca protegiendo de altas temperaturas.
Karima, que significa generosa, a pesar de su juventud había sufrido violencia física y explotación laboral, ya que era la encargada de sustentar a sus hermanos, a los que cuidó durante años. Por eso, cuando le plantearon salir de aquella prisión para encontrar una vida, no lo pensó dos veces y se marchó de su casa y de su pueblo, a pesar de que el trayecto hacia el sueño de una vida sería un camino de espinas. De ello daban testimonio las cicatrices de los cortes, golpes y quemaduras que soportó por el camino.
Aunque no era cristiana y no nos entendíamos bien por culpa del idioma, se empeñaba en buscarme y rezar conmigo. Supongo que ambos queríamos contaminarnos del otro, como dice Pedro Guerra. Por eso compartimos oraciones y también experiencias de nuestras vidas, anécdotas y, sobre todo, sonrisas. Es como si quisiera reírse todo lo que no había podido estos últimos años, o quizás en toda su vida.
Ese mes de julio, no fue el sol ni la lluvia, sino Karima, que como la brisa suave de Elías hizo que Dios pasara por mi vida.