Venezuela y Brasil, en el corazón de Francisco
Son dos países que atraviesan una situación complicada. Están en el candelero de América Latina. También en el corazón del Papa. Son Venezuela y Brasil, sumidas en turbulentas crisis políticas. Francisco está preocupado por lo que ocurre allí. Se lo ratificó a la cúpula del Consejo Episcopal Latinoamericano. Obispos de ese organismo confesaron a Alfa y Omega que, durante meses, guardaron silencio sobre la crisis venezolana. Pero lo hicieron por petición de sus hermanos de ese país. Ahora, las cosas se han precipitado y por eso han decidido hablar
Francisco recibió en audiencia privada a los directivos del CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano) el viernes 26 de mayo. Fue un encuentro para dar seguimiento a las actividades de la Iglesia latinoamericana en el palacio apostólico del Vaticano que duró 45 minutos. La comitiva estuvo encabezada por el cardenal colombiano Rubén Salazar Gómez, arzobispo de Bogotá y presidente del organismo. Formaron parte del encuentro el secretario general, el mexicano Juan Espinoza Jiménez, y el cardenal panameño José Luis Lacunza Maestrojuán, presidente de Asuntos Económicos.
Entre los temas abordados destacó la situación candente en Venezuela y Brasil. «El Papa manifestó su preocupación por la situación, animó a que hagamos lo que podamos desde nuestra perspectiva de pastores, que no tenemos soluciones técnicas, pero hay que apoyar, atender a la gente, animar porque es muy fácil caer en la desesperación», dijo Lacunza a este semanario.
Una preocupación que es compartida por la mayoría de los obispos de América Latina, quienes tuvieron su Asamblea Plenaria en El Salvador del 8 al 12 de mayo. Al final de esa reunión, por primera vez, establecieron una posición pública sobre lo que está ocurriendo en Venezuela. Utilizaron términos duros y condenaron la crisis humanitaria. «Con el Papa Francisco, quien ha asegurado que lleva en el corazón los problemas de Venezuela, hacemos una llamada para que se concreten urgentemente soluciones a la actual crisis, por las vías constitucionales y salvaguardando los valores democráticos. Exhortamos, de manera especial, a evitar cualquier forma de violencia, venga de donde venga, y el desmesurado uso de la fuerza pública, pues estas solo acarrean más sufrimiento y muerte», indicaron en un comunicado.
Con esas palabras, rompieron un silencio episcopal que algunos veían inexplicable. «Si nosotros, el CELAM, nos habíamos mantenido callados, fue a petición de los mismos obispos venezolanos, porque tenían miedo de que cualquier intervención foránea pudiera significar que se fuera al traste con todo. Ahora ha llegado un momento en el que creemos que ya no se podía mantener el silencio, que peor de lo que está la situación no se podría poner, por mucho que nosotros habláramos», precisó Lacunza.
Callados, pero cercanos
Aunque no alzaban su voz abiertamente, no dejaron solos a sus hermanos venezolanos en estos meses difíciles. En cada reunión analizaron la situación e, incluso, organizaron un encuentro especial del consejo con las conferencias episcopales de Colombia y Venezuela. Se le dio un seguimiento «muy cercano» a cada cosa, pero absteniéndose de convocar a acciones concretas por considerar que «eso no iba a ayudar en mucho».
Así lo explicó Juan Espinoza Jiménez, quien precisó que, ahora, las cosas han cambiado. Por eso, como primera medida, el CELAM convocó a una campaña latinoamericana de oración para que, en todas las iglesias de la región, «la gente se dé cuenta que esos hermanos están sufriendo y que es importante rogar a Dios por ellos».
Además, se invitó a todas las conferencias episcopales del continente a colaborar concretamente, con apoyo material. Alimentos y medicinas es lo que más se necesita. «Vamos a promover esa ayuda», insistió el secretario.
Una misión casi imposible, según la describe: «Es difícil porque Venezuela es un país de muchos recursos naturales, pero desgraciadamente atraviesa por esta situación, es un país rico en el cual no se acepta que existe una crisis humanitaria cuando en realidad así es, hay gente que muere por falta de alimentos y medicinas, el pueblo está sufriendo».
Este es uno de los aspectos más dolorosos de la crisis, después de las muertes por las protestas casi diarias contra el Gobierno del presidente Maduro. Muertes que ya superaron las 50. La escasez de comida y bienes básicos, junto con una economía colapsada, se suman a la cerrazón total a recibir cualquier ayuda externa. Es el pueblo el que paga las consecuencias.
Cáritas y otras organizaciones humanitarias han organizado envíos de víveres, pero todo termina siendo bloqueado en la aduana. Y, lo que es peor, los funcionarios del Gobierno terminan acaparando los productos, que jamás llegan a sus originales destinatarios. Así, aunque existe mucha gente de buena voluntad dispuesta a ayudar, tienen las manos atadas.
Si saben esto, ¿por qué los obispos insisten en promover una campaña de ayuda material? Porque Venezuela no es impermeable y, ante la extrema necesidad, el ingenio popular ha logrado abrir canales creativos para hacer llegar los bienes. Y Cáritas mantiene contactos reservados para lograr su objetivo. Proyectos en la sombra, en medio de múltiples dificultades, que existen pero que nadie desea confirmar.
«Se está creando la conciencia de lo que ocurre, aunque no hay estadísticas de todo lo que está pasando y eso quizás es triste, difícil, duro», reconoce Espinoza Jiménez. Y precisa que uno de los logros de las manifestaciones multitudinarias convocadas por la oposición en Venezuela es llamar la atención internacional «para que se sepa que ahí está pasando algo y la mirada sea puesta en ese país».
Red CLAMOR
Otros aspectos ocuparon la reunión del CELAM con el Papa. Los obispos entregaron un informe sobre el avance del trabajo en la Red CLAMOR, un organismo creado hace pocos meses y que pretende establecer un puente de protección para los migrantes en América, acompañándolos desde su lugar de origen hasta su destino. Además, buscará empujar la creación de leyes y políticas de Estado en la materia.
Finalmente, el Pontífice manifestó otra de sus preocupaciones más importantes: que se haga verdad la tan discutida conversión pastoral, que se traduce –simplemente– en la «conversión de los pastores». Porque solo así se podrá dar un necesario cambio de mentalidad. ¿Cómo llegar a la conversión? Que el obispo ore, que el obispo medite la palabra de Dios y que el obispo esté muy cerca de su gente. «Si los pastores hacemos esto el cambio se verá en nuestra Iglesia. El Papa nos dijo: dedíquense a lo que tienen que dedicarse», ponderó Espinoza.
Diez campesinos sin tierra murieron el 24 de mayo a manos de la Policía en el rancho Santa Lucía, en el estado brasileño de Pará, durante un enfrentamiento por la propiedad de un terreno. Las disputas violentas por la tierra son cada vez más frecuentes en el país. Según el informe presentado hace un mes por la Comisión Pastoral de la Tierra, en 2016 se produjeron 61 homicidios por este motivo, el número más alto desde 2003. En lo que va de 2017, las víctimas ya suman 36.