Vacaciones en España, una medicina - Alfa y Omega

Vacaciones en España, una medicina

María Martínez López
Ilustración: Asun Silva.

Durante estos meses de verano, algunas familias de España crecen durante unas semanas, porque tienen un hijo más. En toda España, hay asociaciones que, durante las vacaciones, traen a España a niños de países más pobres y a los que, sobre todo por motivos de salud, les hace mucho bien pasar un par de meses aquí. Entre ellas, están las hermandades y cofradías de varias diócesis de Andalucía, como las de Sevilla y Cádiz, que acogen a cientos de niños de Bielorrusia, un país del Este de Europa, durante unas semanas. En este tiempo, los niños pueden disfrutar de las vacaciones con su familia de acogida, y además las asociaciones que los traen organizan otros planes para que se junten y pasen tiempo con sus compatriotas.

Para los niños que vienen de Bielorrusia, o de Ucrania, el simple hecho de estar en España es una medicina. Hace 26 años, en Chernobil, en la frontera entre estos dos países, hubo un accidente muy grave en una central nuclear, y el aire, el agua, el suelo y todo se llenó de radiación que va envenenando a la gente. Esto afecta de forma especial a los niños, y muchos terminan teniendo cáncer. El hecho de estar alejados durante dos meses de la contaminación, alimentándose bien y en lugares soleados les ayuda a descontaminarse, y por cada verano en España, el riesgo de tener cáncer se les retrasa dos años.

Otro caso muy común de niños que vienen a España es el de los niños que viven en campos de refugiados del Sahara, en África. Este año, han venido a España unos 6.000. Donde ellos viven, en medio del desierto, hay muy pocos medios, y no reciben una atención médica adecuada. Por eso, durante las semanas que pasan en España, se hacen una revisión completa en el médico, el dentista y el oftalmólogo. Además, estando aquí escapan del terrible verano del desierto, donde las temperaturas pasan de los 50º y hay muy poca agua.

«Mamá, hay que traer un niño de Bielorrusia»

En 2001, el hijo de Carmen, que tenía 14 años, llegó a casa y le dijo que, en el grupo de jóvenes de la Hermandad de la Mortaja, les habían pedido ayuda para encontrar familias de acogida para niños de Bielorrusia. Ese año acogieron a Margarita, que tenía 10 años. «Era muy vergonzosa y el primer día no me dejó ayudarla a cambiarse. Al despedirme, le dije: Buenas noches, Margarita, te quiero. Al día siguiente, ya me dejó que la desnudara, y me dijo ella: Buenas noches, Carmen, te quiero».

Margarita, y luego su hermana Cristina, han pasado diez veranos con la familia de Carmen. Al hacerse mayores ya no pueden seguir viniendo, aunque siguen en contacto por Internet. El año pasado, la familia acogió a Vadzim, que tiene diez años y este verano ha repetido. Carmen cuenta que «llegan sólo con una mochila, y todo lo que ven es una novedad: las escaleras automáticas, la piscina, la playa… Pero se adaptan rápido, y en dos semanas hablan español muy bien». Por ejemplo, Vadzim ya lee la carta de los restaurantes, y juega con los vecinos en la piscina.

Carmen cree que, además de ayudar a estos niños, sus hijos han aprendido mucho. «Aquí los niños lo tienen todo», y no lo valoran hasta que lo ven a través de los ojos de otros niños, que sí lo saben apreciar. Los niños que vienen «te agradecen todo», e intentan devolver el favor: «Cuando mi madre les daba a las niñas un euro, se iban al puesto de chucherías y volvían tan contentas a repartir un montón de pipas y kikos entre todos». También por eso, intentan portarse lo mejor posible, y eso también ayuda a los niños españoles: uno de los primeros años, la hija de Carmen, al ver a Cristina colocar su ropa en el armario, le dijo a su madre: «Voy a ordenar el mío, porque me está dejando a la altura del betún».

Después de un verano aquí, pudiendo comer de todo, cambian totalmente. Allí, por ejemplo, «sólo tienen dinero para comprar carne una vez al mes, y no pueden beber leche porque está muy contaminada. Aquí, le tenemos que echar ColaCao porque, si no, no quieren tomársela». Cuando acaba el verano, los niños vuelven a Bielorrusia con muchas ganas de ver a sus padres otra vez, y sus familias de aquí, aunque les da un poco de pena, saben que les han ayudado a estar más sanos.