«¡Somos uno!»
La bendición de Bartolomé I al Papa queda como el gran gesto simbólico de un viaje que ha permitido vislumbrar con renovadas esperanzas la comunión plena entre católicos y ortodoxos en un horizonte quizá no tan lejano como hasta ahora se presuponía. Los cristianos perseguidos en Oriente Medio, dijo el Papa, nos gritan: «¡Somos uno!»
El sábado, al término de la celebración ecuménica en la iglesia patriarcal de San Jorge, en Estambul, el Papa Francisco se acercó a su anfitrión, el sucesor del Apóstol Andrés, y, de forma inesperada, le pidió la bendición para él y «para la Iglesia de Roma». Agachó la cabeza, y Bartolomé I se la besó. Ambos rezaron entonces juntos el padrenuestro, y se asomaron al balcón del Patriarcado Ecuménico a bendecir a los fieles reunidos en la calle: el Patriarca, en griego, y el Papa, en latín.
Gestos como éste parecen ya casi rutinarios después de varios encuentros entre el actual Primus inter pares de las Iglesias ortodoxas (el título es, más bien, honorífico) y el Papa Bergoglio. Bartolomé, en un primer gesto sin precedentes, asistió a la Misa de inicio de pontificado de Francisco. Los dos peregrinaron en mayo a Tierra Santa para rememorar, en su 50 aniversario, el histórico abrazo en Jerusalén entre Pablo VI y Atenágoras, que andando el camino allanado por el entonces nuncio Roncalli y futuro Juan XXIII, pusieron fin a casi mil años de hostilidad, desde el cisma de 1054. El Papa Francisco invitó, unas semanas después, a Bartolomé al encuentro de oración en el Vaticano con los Presidentes de Israel y Palestina, y ahora el Pontífice le ha devuelto la visita, encabezando la ya tradicional (desde 1969) comitiva vaticana a Estambul en la fiesta de San Andrés. Antes que él, acudieron a felicitar al Patriarca de Constantinopla Juan Pablo II (en 1979) y Benedicto XVI (2006).
Comunión no es sumisión
¿Dónde está entonces la novedad de este último encuentro ecuménico? La clave está en la intensidad, en un lenguaje, cada vez más concreto y apremiante, con el que se aborda hoy la comunión plena, ya no como un lejano desiderátum, sino como una exigencia concreta aquí y ahora, que exige no ahorrar medios para su realización. Católicos y ortodoxos -subrayó el domingo Bartolomé, antes de la firma de una declaración conjunta- se enorgullecen de haber conservado la fe transmitida por los apóstoles, pero «nuestra obligación no se limita al pasado, sino que se extiende sobre todo al futuro. Porque, ¿de qué vale nuestra fidelidad al pasado, si no significa nada para el futuro? ¿Qué utilidad tiene nuestro orgullo por todo lo que hemos recibido, si todo eso no se traduce en vida para el hombre y el mundo de hoy y del mañana?».
En su discurso, Francisco aclaró que «el restablecimiento de la plena comunión» en absoluto «significa ni sumisión del uno al otro, ni absorción, sino más bien la aceptación de todos los dones que Dios ha dado a cada uno», respetando las tradiciones espirituales, litúrgicas y canónicas particulares. No debe haber cargas superfluas ni innecesarias. «Quiero asegurar a cada uno de vosotros que, para alcanzar el anhelado objetivo de la plena unidad, la Iglesia católica no pretende imponer ninguna exigencia, salvo la profesión de fe común, y que estamos dispuestos a buscar juntos, a la luz de la enseñanza de la Escritura y la experiencia del primer milenio, las modalidades con las que se garantice la necesaria unidad de la Iglesia en las actuales circunstancias: lo único que la Iglesia católica desea, y que yo busco como obispo de Roma, la Iglesia que preside en la caridad, es la comunión con las Iglesias ortodoxas».
En este punto, ahondó el Papa durante la rueda de prensa a bordo del avión de regreso a Roma. Los ortodoxos -explicó- aceptan la idea del primado petrino, pero falta concretarlo en «una fórmula aceptable» para ellos, y para eso, «debemos ir al primer milenio», al período en que aún no se había producido la división, tal como pidió Juan Pablo II. Sinodalidad y primado son, de hecho, los datos principales en estudio por parte de la Comisión Mixta Internacional, creada en 1980, para el Diálogo entre la Iglesia católica y la Iglesia ortodoxa.
Siguiendo a sus predecesores, el Papa Francisco se ha mostrado dispuesto a buscar con los ortodoxos una forma de ejercicio del primado aceptable para todos. El Patriarca de Constantinopla sugirió que las reformas que está impulsando el Papa apuntan hacia esa fórmula aceptable para los ortodoxos, con un renovado impulso a la colegialidad. «El acercamiento de nuestras dos grandes y antiguas Iglesias continuará basándose sobre los firmes fundamentos de nuestra común Tradición [apostólica], la cual desde siempre ha reconocido dentro de la estructura de la Iglesia un primado de amor, honor y servicio en el ámbito de la sinodalidad».
Una fecha común para la Pascua
La comprensión del primado de Roma es la principal diferencia que separa a las dos Iglesias. «Si tenemos que esperar a que los teólogos se pongan de acuerdo», no habrá nunca unidad, reconoció el Papa ante los periodistas. «Pero Atenágoras dijo [a Pablo VI]: ¡Pongamos a los teólogos en una isla para que discutan y nosotros seguimos adelante» con la oración y el trabajo cotidiano. «Y luego está el ecumenismo de la sangre: cuando se mata a los cristianos, la sangre se mezcla. Nuestros mártires están gritando: ¡Somos uno!».
Desde esa perspectiva, el Papa lamentó que católicos y ortodoxos sigan sin poder fijar una misma fecha para la celebración de la Pascua, como pidieron el Beato Pablo VI y Atenágoras. Para enfatizar el absurdo, Francisco aludió a una anécdota ya contada por él anteriormente, de cuando escuchó una conversación entre un católico y un ortodoxo sobre cuándo resucitaban sus respectivos Cristos.
El ecumenismo no es una opción más. La unidad por la que rezó Jesús en el Cenáculo es necesaria para que el mundo crea. Pero los cristianos no la alcanzarán por sus propias fuerzas, subrayó el Papa el sábado, en la catedral del Espíritu Santo, en una Misa con la comunidad católica, en la que participaron también Bartolomé I y representantes de otras confesiones cristianas. La unidad no es una especie de acuerdo político; se construye desde la fidelidad al Evangelio, dejándonos todos «guiar con humildad» por el Espíritu Santo, que es quien construye «la unidad de la Iglesia: unidad en la fe, unidad en la caridad, unidad en la cohesión interior».
Voces por la unidad
Los líderes de las distintas Iglesias cristianas -decía el Papa el domingo en la iglesia patriarcal- deben escuchar las voces que «se alzan con ímpetu» y «no podemos dejar de oír», comenzando por la voz «de los pobres», de los parados, de los excluidos, que nos piden, «no sólo que les demos ayuda material, sino, sobre todo, que les apoyemos para defender su propia dignidad de seres humanos, para que puedan encontrar las energías espirituales para recuperarse y volver a ser protagonistas de su historia. Nos piden también que luchemos, a la luz del Evangelio, contra las causas estructurales de la pobreza».
«Una segunda voz que clama con vehemencia es la de las víctimas de los conflictos en muchas partes del mundo», prosiguió Francisco. «La voz de las víctimas de los conflictos nos impulsa a avanzar diligentemente por el camino de reconciliación y comunión entre católicos y ortodoxos. Por lo demás, ¿cómo podemos anunciar de modo creíble el Evangelio de paz que viene de Cristo, si entre nosotros continúa habiendo rivalidades y contiendas?».
Y «la tercera voz que nos interpela es la de los jóvenes. Hoy, por desgracia, hay muchos jóvenes que viven sin esperanza, vencidos por la desconfianza y la resignación», y demandan un anuncio creíble del Evangelio. Además, «son precisamente los jóvenes» de diversas confesiones cristianas los que, en cada encuentro ecuménico, «nos instan a avanzar hacia la plena comunión. Y esto, no porque ignoren el significado de las diferencias que aún nos separan, sino porque saben ver más allá, son capaces de percibir lo esencial que ya nos une».