Si llevas tiempo sin confesarte, «¡no pierdas ni un día más!» - Alfa y Omega

Si llevas tiempo sin confesarte, «¡no pierdas ni un día más!»

El Papa Francisco dedicó toda su catequesis de este miércoles a invitar a los fieles a acercarse de nuevo o con frecuencia al sacramento de la Reconciliación. «¡Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta!», exclamó, y añadió también que «Jesús te recibe con tanto amor. Sé valiente». Al concluir la Audiencia General, el Santo Padre mostró su preocupación por la situación en Ucrania

Redacción

«¡Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta!» Por este motivo, toda la catequesis del Papa Francisco este jueves estuvo dirigida a un único objetivo: animar a los fieles a que se acerquen al sacramento de la Reconciliación. «Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día más! Ve hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con mucho amor. Sé valiente».

Después de explicar los sacramentos de iniciación cristiana, el Santo Padre comenzó este miércoles a explicar los de sanación -Reconciliación y Unción de los enfermos-. Mediante estos sacramentos, «el Señor Jesús ha querido que la Iglesia continúe su obra de salvación también hacia sus propios miembros». En efecto, los cristianos, a pesar de tener ya la nueva vida de Cristo, «estamos todavía sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la muerte y, a causa del pecado, podemos incluso perder la nueva vida». Y eso, deja huella en nosotros. «Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien».

Explicando más en profundiad el sacramento, el Papa subrayó que «el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos. El perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús». Tampoco «es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo», que «brota incesantemente del corazón abierto del Cristo crucificado y resucitado». Por otro lado, «sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en paz».

Exhortación por la concordia y la paz en Ucrania

El Santo Padre también explicó que, al principio, la confesión era pública. El hecho de haber evolucionado a la versión reservada «no debe hacer perder la matriz eclesial», ya que es en la comunidad cristiana donde se hace presente el Espíritu Santo. En este sentido, el sacerdote no representa sólo a Dios, sino también «a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana». Acudir al sacerdote -reconoció el Papa- da vergüenza, pero «también la vergüenza es buena», porque «nos hace bien, nos hace más humildes».

Al terminar la Audiencia General, el Papa hizo mención a los enfrentamientos que se están viviendo de forma recrudecida en Ucrania. Aseguró que los sigue «con ánimo preocupado», y aseguró su cercanía y su oración por el pueblo ucraniano y por las víctimas. También exhortó a «todas las partes a cesar todo tipo de violencia y a buscar la concordia y la paz». «Rezo por las víctimas de las violencias, por sus familiares y por los heridos. Invito a todas las partes a cesar todo tipo de violencia y a buscar la concordia y la paz en el país».

Texto completo de la catequesis del Papa en español

Queridos hermanos y hermanas, ¡Buenos días!

A través de los Sacramentos de la iniciación cristiana, el Bautismo, la Confirmación y la Eucaristía, el hombre recibe la vida nueva en Cristo. Ahora, todos lo sabemos, en esta vida, nosotros la llevamos «en vasos de barro» (2 Cor 4,7), estamos todavía sometidos a la tentación, al sufrimiento, a la muerte y, a causa del pecado, podemos incluso perder la nueva vida. Por esto, el Señor Jesús, ha querido que la Iglesia continúe su obra de salvación también hacia sus propios miembros, en particular, con el sacramento de la Reconciliación y el de la Unción de los enfermos, que pueden estar unidos bajo el nombre de sacramentos de sanación. El sacramento de la reconciliación es un sacramento de sanación. Cuando yo voy a confesarme, es para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien. El ícono bíblico que los representa mejor, en su profundo vínculo, es el episodio del perdón y de la curación del paralítico, donde el Señor Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y de los cuerpos (Mc 2,1-12 / Mt 9,1-8; Lc 5,17-26).

1- El sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación -nosotros lo llamamos también de la Confesión- brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de Pascua el Señor se apareció a los discípulos, encerrados en el cenáculo, y luego de haberles dirigido el saludo «¡Paz a ustedes!», sopló sobre ellos y les dijo: «Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen» (Jn. 20,21-23). Este pasaje nos revela la dinámica más profunda que está contenida en este Sacramento. Sobre todo, el hecho que el perdón de nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos: yo no puedo decir: «Yo me perdono los pecados»; el perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús. El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos colma de la abundancia de la misericordia y la gracia que brota incesantemente del corazón abierto del Cristo crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús con el Padre y con los hermanos podemos estar verdaderamente en paz. Y esto lo hemos sentido todos, en el corazón, cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza. Y cuando sentimos el perdón de Jesús, ¡estamos en paz! Con aquella paz del alma tan bella, que sólo Jesús puede dar, ¡sólo Él!

2- En el tiempo, la celebración de este Sacramento ha pasado de una forma pública -porque al inicio se hacía públicamente- a aquella personal, a aquella forma reservada de la Confesión. Pero esto no debe hacer perder la matriz eclesial, que constituye el contexto vital. En efecto, es la comunidad cristiana el lugar en el cual se hace presente el Espíritu, el cual renueva los corazones en el amor de Dios y hace de todos los hermanos una sola cosa, en Cristo Jesús. He aquí por qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar humildemente y confiadamente los propios pecados al ministro de la Iglesia. En la celebración de este Sacramento, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de maduración humana y cristiana. Alguno puede decir: «Yo me confieso solamente con Dios». Sí, tú puedes decir a Dios: «Perdóname», y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos, contra la Iglesia y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote. «Pero, padre, ¡me da vergüenza!» También la vergüenza es buena, es salud tener un poco de vergüenza. Porque cuando una persona no tiene vergüenza, en mi País decimos que es un senza vergogna, un sinvergüenza. La vergüenza también nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en nombre de Dios, perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el hermano y decirle al sacerdote estas cosas, que pesan tanto en mi corazón: uno siente que se desahoga ante Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila para confesarse siente todas estas cosas -también la vergüenza- pero luego, cuando termina la confesión sale libre, grande, bello, perdonado, blanco, feliz. Y esto es lo hermoso de la Confesión.

Quisiera preguntarles, pero no respondan en voz alta ¿eh? Cada uno se responda en su corazón: ¿cuándo ha sido la última vez que te has confesado? Cada uno piense. ¿Dos días, dos semanas, dos años, veinte años, cuarenta años? Cada uno haga la cuenta, y cada uno se diga a sí mismo: ¿Cuándo ha sido la última vez que yo me he confesado? Y si ha pasado mucho tiempo, ¡no pierdas ni un día más! Ve hacia delante, que el sacerdote será bueno. Está Jesús, allí, ¿eh? Y Jesús es más bueno que los curas, y Jesús te recibe. Te recibe con mucho amor. Sé valiente, y adelante con la Confesión.

Queridos amigos, celebrar el sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un abrazo afectuoso: es el abrazo de la infinita misericordia del Padre. Recordemos aquella bella, bella Parábola del hijo que se fue de casa con el dinero de su herencia, despilfarró todo el dinero y luego, cuando ya no tenía nada, decidió regresar a casa, pero no como hijo, sino como siervo. Tanta culpa había en su corazón, y tanta vergüenza. Y la sorpresa fue que cuando comenzó a hablar y a pedir perdón, el Padre no lo dejó hablar: ¡lo abrazó, lo besó e hizo una fiesta! Y yo les digo, ¿eh? ¡Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta! Vayamos adelante por este camino. Que el Señor los bendiga.

Llamada por Ucrania

Con ánimo preocupado sigo todo lo que en estos días está sucediendo en Kiev. Aseguro mi cercanía al pueblo ucraniano y rezo por las víctimas de las violencias, por sus familiares y por los heridos. Invito a todas las partes a cesar todo tipo de violencia y a buscar la concordia y la paz en el país.