San José Vaz, el más grande misionero de Asia
Se cumple un año desde que el Papa Francisco canonizase al misionero indio san José Vaz, un hombre pobre, perseguido y de diálogo. San José llevó la reconciliación donde había división y vivió con celo apostólico su misión
José Vaz nació el 21 de abril de 1651 en Goa (suroeste de la India). Siendo sacerdote, a pesar de su buena situación, al conocer las condiciones que atravesaban los cristianos en la entonces Ceilán (actual Sri Lanka), decidió abandonar sus privilegios y convertirse en misionero.
Vaz llegó a Ceilán en plena ocupación holandesa. En la isla, de religión calvinista, estaba prohibido proclamar la fe católica. Vivió en condiciones de clandestinidad atendiendo por la noche a sus feligreses. Para viajar se disfrazaba de mendigo y llegó a trabajar descalzo. Tradujo el Evangelio al tamil y al cingalés. Confortó a los católicos que resistían y logró reconstruir la Iglesia Católica en el país.
En 1690 llegó al reino budista de Kandy, en el centro de la isla, zona no controlada por los holandeses. Allí vivían católicos pero sin sacerdote, debido a la persecución. Las autoridades le acusaron de espía portugués y fue encarcelado durante seis años.
Se entregó al servicio de los enfermos, especialmente durante una epidemia de viruela en Kandy en 1697. Fue tan apreciada su entrega que el rey le permitió una mayor libertad de actuación y llegar a las principales ciudades de la isla.
Se desgastó en el trabajo misionero y murió, extenuado, a la edad de 59 años el 16 de enero de 1711 en Kandy. Su santidad fue reconocida por el pueblo, que comenzó a venerarlo desde el momento de su muerte.
En 1995 fue beatificado por san Juan Pablo II, otro santo experto en vida clandestina. En la ceremonia llegó a afirmar que era justo saludarlo como «el más grande misionero cristiano que Asia haya tenido».
Veinte años más tarde, en su canonización, el Papa Francisco afirmó: «Los animo a encontrar en san José Vaz una guía segura. Él nos enseña a salir a las periferias, para que Jesucristo sea conocido y amado en todas partes. Fue un hombre que supo dialogar. Presentó la belleza y la verdad del Evangelio en un contexto multirreligioso con respeto, dedicación, perseverancia y humildad».
Jesús Berenguer Zamorano / Crónica Blanca