Religión, ciencia y trabajo - Alfa y Omega

Religión, ciencia y trabajo

Javier Alonso Sandoica

Trabajando, esta mañana, en el guión de la campaña oficial del DOMUND 2012, que todos los años me encarga Obras Misionales Pontificias, escarbo en las imágenes que grabé hace un año en Perú. En un lugar absolutamente desconocido para el turista, perdido, refugio perfecto del perseguido, hallé un santuario maravilloso: Santa Rosa de Ocopa, que fue el punto de irradiación misionera de los franciscanos en el siglo XVIII, por el área selvática de Perú.

Cuando mi operador de cámara y yo llegamos, había poca gente y llovía con desespero, a ráfagas. Salió a saludarnos el Superior del convento, un hombretón con mucho cuajo, y la paciencia de quien sabe que la serenidad es un don de Dios que alcanza a quien lo pide en silencio. «Somos cuatro», nos dijo. ¡Sólo han quedado cuatro franciscanos desde aquellos años gloriosos en los que docenas de religiosos se batían el cobre con la naturaleza para transmitir su pasión por el Señor!

El lema del convento, fundado por Francisco de San José, resume perfectamente lo que es la vida de todo creyente: «La religión, la ciencia y el trabajo constituyen el desarrollo y la felicidad de los pueblos»; un lema que conserva implícito un principio de civilización, una propuesta que abarca todos los rincones de lo humano. Prueba evidente de la verdad de la frase se encuentra en la biblioteca del convento, que contiene más de 25.000 volúmenes, en los que hay algunos incunables europeos y peruanos. Se conservan libros de Teología, Botánica, Ciencias sociales, Historia… Existe una zona dedicada exclusivamente a la taxidermia. Hay docenas de animales que los franciscanos disecaron con el doble oficio del amor y de la ciencia. Ellos llevaron la imprenta a estos rincones, se preocuparon por la educación y la transmisión de una revolución antropológica: la existencia de un Dios con un corazón enamorado del hombre.

Hasta entonces, los incas creían en los pactos con la divinidades telúricas. El inca miraba a las alturas y, en jarras, traficaba con el dios sol, para negociar que las cosechas fueran favorables. Pero no se podía imaginar, ni remotamente, a un Dios dispuesto a dar su vida con gratuidad exacta, sin el mercadeo del do ut des. ¡Y sólo quedan cuatro franciscanos en este santuario!

Mi operador de cámara y yo salimos de allí con un doble cometido: realizar gestiones para que Santa Rosa de Ocopa sea Patrimonio de la Humanidad —en ello estamos—, y rezar para que el convento vuelva a llenarse de vocaciones.