Estamos viviendo momentos difíciles. El ataque a Ucrania pone en cuestión la fraternidad en el mundo entero. Sabemos, y el Papa Francisco nos lo ha recordado de una manera muy clara, que la fraternidad es ese valor humano y universal que tiene que estar siempre en la base de la relación de todos los pueblos. Quienes sufren, los desfavorecidos… no se pueden sentir excluidos y olvidados, sino acogidos y sostenidos, pues son parte de la familia humana; son nuestros hermanos.
¿Cómo hacer este camino en momentos es los que parece que las dificultades son insuperables? Te voy a ofrecer algo que quizá pueda parecerte un disparate. Es algo que había leído anteriormente, pero me ha impresionado especialmente estos días. En el paso del siglo IV al V hubo un pastor excepcional, san Juan Crisóstomo. Obispo y doctor de la Iglesia, vivió momentos difíciles, muy turbulentos desde muchos puntos de vista. En su predicación, este hombre de Dios hizo ver que el verdadero motor en la vida del mundo es el corazón orante. Tiene una frase lapidaria que tengo necesidad de ofrecer en este momento: «Nada en el mundo es más fuerte que el justo que reza. El hombre que reza tiene sus manos en el timón de la historia».
Con este convencimiento, os invito a todos a la oración, al diálogo con Dios. Hay que poner delante del Señor aquello que los humanos no podemos resolver por nuestros egoísmos e intereses. Él es el motor de la historia. Pidámosle que otorgue la paz donde hay conflicto, que se vuelva a construir la fraternidad en el mundo, especialmente en los lugares en los que se ha roto como en Ucrania. A veces resulta difícil encontrar soluciones; la obcecación de nuestras mentes no nos deja ver las soluciones que tenemos a mano: todos vivimos bajo el mismo cielo, todos somos hermanos, todos y cada uno tenemos el deber de ocuparnos del otro… Somos hermanos, con independencia de nuestra cultura, del color de nuestra piel, de la religión que profesamos, de la clase social a la que pertenecemos, de nuestra edad o de cualquier condicionamiento de salud. Pidamos al Señor que nos devuelva a la fraternidad.
Muchas veces nos parece que el conflicto no tiene soluciones. Nos negamos a razonar y a vivir que todos somos hermanos, que todos los días son propicios para caminar juntos, para darnos la mano, para no olvidarnos de nadie, para provocar siempre vida y no muerte, para ayudarnos los unos a los otros y no estropearnos, para descubrir que no hay enemigos, sino hermanos… Nos negamos a darnos la mano para celebrar la unidad en la diversidad y esta es una tarea que todos los días estamos invitados a emprender. ¿Comprendéis la importancia que tiene tomar conciencia de que somos hermanos? Esta conciencia nos hace ser solidarios los unos con los otros y nos hace rezar para conseguir lo que nosotros por nuestra terquedad no podemos conseguir. El motor de la historia es Dios; es quien tiene la fuerza y el poder para tomarnos y dirigirnos a vivir la fraternidad.
Es verdad que el camino de la fraternidad es largo, pero hemos de descubrir y, sobre todo, vivir que es el camino que se nos ofrece para salvarnos juntos. No eliminemos el título que tenemos de hermanos, que Dios mismo nos dio y que nos hace ser y vivir como artesanos de la paz. Tomemos conciencia de que hemos de acoger al otro, respetando su identidad, y decidámonos a hacer un camino común.
Recemos convencidos de que «el hombre que reza tiene sus manos en el timón de la historia». Pidamos al Señor que conceda el don de vivir la fraternidad, de forma especial en los lugares donde se ha roto por la guerra. Dios nos escucha cuando le pedimos algo que es obra de Él, como es el caso de la fraternidad. Descubramos que en el desarrollo del mundo no podemos decir que existan momentos fáciles, ya que todos tienen sus dificultades, pero no por ello podemos prescindir de Dios. La Iglesia convoca a todos los hombres a levantar la mirada a Dios, a levantar el corazón al Señor del tiempo y de la historia, entre otras cosas para pedirle que entre en los caminos que hacemos los hombres, para que descubramos que su fuerza es más grande que la nuestra. Pidamos a Dios que bendiga el camino de la humanidad y que podamos construir la civilización del amor.
Pidamos con todas nuestras fuerzas al Salvador del mundo que, en estos momentos de tensión e incertidumbre, acaricie a la humanidad con su amor, que es capaz siempre de redimir, consolidar y dar esperanza. Todo esto lo pedimos para el pueblo de Ucrania y para los dirigentes de Rusia y para que los gobernante de todas las naciones, con sus obras y palabras, sean constructores de la paz. Seguros de que «el auxilio y la verdad me viene del Señor que hizo el cielo y la tierra» (Sal 121, 1), no tengamos miradas y acciones miopes y de corto recorrido; tengamos la mirada que nos llega de Dios y nos hace ver que los demás son mis hermanos.